Por Roberto Castellanos
Corresponsal jefe de Prensa Latina en Egipto
La razón por la que voy a Arabia Saudita es para promover nuestros intereses con el fin de reafirmar la influencia de Washington en la zona, subrayó sin tapujos Biden.
El mandatario dejó así claro el cambio de rumbo en la política de la Casa Blanca hacia la región tras los mandatos de Barack Obama (2009-2017) y Donald Trump (2017-2021).
Parte de ese brusco giro está motivado por las ricas reservas de petróleo y gas de las naciones del golfo Pérsico y la necesidad de Washington de elevar la producción de carburante ante la crisis global motivada por las sanciones contra Rusia.
Las medidas de fuerza de Estados Unidos y sus aliados europeos dispararon los precios de los combustibles, que a la vez, golpearon duramente las economías de estos países, una situación que obligó a mirar a Oriente Medio en busca de una solución.
A ese problema se suman dos objetivos complementarios, integrar a Israel en la región mediante acuerdos bilaterales con las naciones árabes y aislar a Irán por su programa nuclear, una postura que encuentra eco en la zona.
Pese a los altibajos de los últimos años, la visita de Biden a Israel volvió a demostrar la sólida alianza bilateral mantenida a expensas de los palestinos, aunque el político intentó, como sus antecesores, presentarse como mediador imparcial.
Para ello se trasladó a la ciudad cisjordana de Belén, donde tuvo un encuentro fugaz con su homólogo palestino, Mahmud Abbas, a quien apenas realizó promesas y le dejó 300 millones de dólares a modo de compensación.
Biden no hizo nada nuevo, excepto confirmar su total respaldo a Tel Aviv, estimó el escritor y analista Khalil Shaheen.
Durante la conferencia de prensa conjunta con Abbas, el mandatario norteamericano ni siquiera mencionó los principales temas políticos, lo cual es un nuevo retroceso con respecto a la postura de Obama, subrayó Shaheen.
“La visita (a Belén) es formal, marginal y no tiene ningún efecto sobre la causa palestina”, coincidió el experto Hani Al-Masry.
En las declaraciones a la prensa, Biden repitió la misma tesis anunciada tras su llegada a Israel: es necesaria la solución de dos estados como la mejor vía para poner fin al conflicto, aunque esa idea no es posible en un futuro cercano.
“Como presidente de Estados Unidos, mi compromiso con el objetivo de una solución de dos estados no ha cambiado”, apuntó el político demócrata, quien a renglón seguido aseguró que “el terreno no está maduro en este momento para reiniciar las negociaciones”.
Aunque se refirió al sufrimiento del pueblo palestino, el gobernante evitó condenar los crímenes de Tel Aviv.
Uno de los pocos hechos concretos de su visita a Belén fue el anuncio de 300 millones de dólares en ayuda a los palestinos.
Por el contrario, durante su estancia en Israel fue pródigo en las muestras de cariño y apoyo a ese país.
“La conexión entre el pueblo israelí y estadounidense crece y es profunda, tan profunda que llega al hueso”, afirmó nada más aterrizar en el aeropuerto internacional Ben Gurión, en las inmediaciones de Tel Aviv.
No es necesario ser judío para ser sionista, manifestó en otra ocasión tras recordar los vínculos de su padre con judíos.
En Jerusalén fue recibido por el primer ministro israelí, Yair Lapid, con quien conversó sobre el programa nuclear iraní, las relaciones con Arabia Saudita y la seguridad, tres temas clave para ambas naciones.
“Creo que la gran mayoría del público estadounidense, no solo mi administración, está completamente dedicada a la seguridad de Israel», recalcó el mandatario al término de la reunión.
Sin lugar a dudas, la normalización de las relaciones entre Tel Aviv y Riad fue uno de los puntos centrales de la gira del presidente como parte de la estrategia para insertar al Estado judío en la zona y fortalecer una naciente alianza anti-iraní. Aunque Biden, tanto en intercambios con la prensa como en la Declaración Conjunta de Asociación Estratégica de Jerusalén, destacó que la opción militar contra Teherán está sobre la mesa, dejó la puerta abierta a las negociaciones, una postura sobre la cual el Gobierno israelí se mostró en desacuerdo.
UN VIAJE INCÓMODO
Tras visitar el Levante, el mandatario puso rumbo a Arabia Saudita, donde oficialmente estuvo invitado a una cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), a la que también asistieron los dirigentes de Jordania, Iraq y Egipto.
“Obligado a adornar su viaje con una excusa magnánima, Biden se aseguró de repetir que el petróleo saudita no estaría en el centro de sus conversaciones”, destacó el diario israelí Haaretz.
Pero no es una gran apuesta suponer que, si los estadounidenses no hubieran tenido que desembolsar más de cinco dólares por galón de gasolina debido a la guerra en Ucrania, no habría tenido prisa por volar a un país al que llamó paria durante su campaña electoral hace tres años, subrayó.
Los altos precios de los combustibles y la peor inflación en Estados Unidos en décadas obligaron a Biden a viajar al reino y entrevistarse con el príncipe heredero Mohammed bin Salman, a quien prometió aislar por su supuesta participación en el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi en 2018.
No es de extrañar entonces que su inminente encuentro con bin Salman fuera una de las preguntas de la prensa más reiteradas durante la gira, aunque el mandatario esquivó el tema cada vez que pudo.
Precisamente, según la televisora Al Arabiya, durante el diálogo entre ambos, bin Salman advirtió al mandatario que Washington no debe intentar imponer sus valores a otras naciones a “la fuerza porque es muy contraproducente, como sucedió en Iraq y Afganistán”.
Con la gira, Biden dejó claro que Estados Unidos no quiere perder terreno en una de las zonas más estratégicas del mundo, la cual durante décadas mantuvo bajo su control y que ahora tiene una política más independiente.
“No nos alejaremos ni dejaremos un vacío para que lo llenen China, Rusia o Irán”, afirmó durante la cumbre del CCG.
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