En el insólito Japón existen alrededor de 900 cementerios de animales afectivos, de ellos, al menos una centena dentro de templos budistas, para asegurar la protección de sus espíritus.
Los practicantes del budismo Jodo mantienen posturas divididas respecto al viaje al Paraíso de estas criaturas y la consecuente necesidad de enterrarlas con las requeridas ceremonias.
Mientras algunas teorías dentro de la mencionada rama religiosa sostienen que la condición de “bestias” y su incapacidad de pronunciar las sagradas oraciones les impide renacer en la Tierra Pura, otras voces defienden que los dueños podrían oficiar ritos conmemorativos a su nombre, como ocurre cuando fallecen personas discapacitadas o bebés, quienes tampoco pueden rezar en voz alta.
Una encuesta realizada por la Asociación Japonesa de Alimentos para Macotas reveló en 2015 que existen más gatos y perros de compañía (19,8 millones) que niños menores de 14 años (15,9 millones) en el país asiático. No sorprende entonces que ganen más fuerza las atípicas exequias para animales afectivos.
Los servicios de consejería funeraria orientados a esta práctica abundan en Japón. Estas instituciones ofrecen terapias y alojamiento para los dolientes, así como la cremación y entierro de los difuntos que crecieron en hogares privados o en escuelas primarias, jardines de infancia y guarderías.
Otros lugares como el templo Kanno-ji, de Tokio, acogen también en su cementerio a los gatos sin hogar y los procedentes de refugios.
La información publicada en los sitios digitales de algunos de los centros especializados en este tipo de trabajo indica que incinerar aves o roedores pequeños podría costar entre seis mil y 12 mil yenes (42 y 83 dólares respectivamente), mientras que un gato, conejo o perro pequeño rondaría los 14 mil (97).
Independientemente de los trasfondos económicos o budistas del fenómeno, abordar la muerte de las mascotas como si fueran personas indica el nivel de apego de los dueños o, mejor dicho, compañeros humanos.
Los cementerios distribuidos por la geografía nacional, con pequeños nichos tallados y guardianes espirituales, emanan cierto candor. Tanto la tumba del mítico akita Hachiko en el camposanto de Aoyama, como el sepulcro de un desconocido amado por alguien, trasmiten esa paz del sueño eterno que merecen todos los seres vivos.
(Tomado de Orbe)