La obra construida entre 1028 y 1031, aunque la leyenda apunta que fue mucho antes, constituye más que un símbolo de la arquitectura románica y de una época tan violenta como prolífica, al estar inscrita en el Patrimonio Mundial de la Humanidad de la Unesco por ser parte de la ruta francesa del Camino de Santiago.
Cuentan que Guillermo, un exitoso militar que cambió la espada y los atuendos de guerra por el hábito monástico, se las ingenió para solucionar de una manera peculiar el enigma que impedía comunicar las abadías de Aniane y Gellone.
Jornada tras jornada, los monjes empeñados en enlazar los monasterios a través de un puente sobre el río Hérault encontraban en la mañana sus trabajos deshechos, sin explicación humana posible.
Según el relato popular, el astuto Guillermo, quien fue canonizado en 1066 por el papa Alejandro II, señaló que era el mismísimo Lucifer el responsable de los desmanes y lo desafió con un pacto.
Muy sencillo, el diablo debía construir un puente indestructible a cambio del alma del primer ser que lo atravesara y cumplió su parte del trato. Pero cuando toco al excaballero devenido monje honrar la suya, entregó a Satanás un perro y no un alma humana como este esperaba.
La ira del señor de las tinieblas fue total, pero al no poder revertir su obra imperecedera, se arrojó a las aguas del Hérault con tal fuerza que generó en su caída un Abismo Negro, nombre que recibe la zona.
Hasta la fecha, la recia estructura de 50 metros de largo impresiona con sus dos grandes arcos y sus dos aberturas secundarias destinadas a facilitar el paso del agua en época de crecida. El magnífico puente sigue intacto 10 siglos después.
Cada verano, constituye el epicentro de mucha diversión, con una playa abarrotada por bañistas y amantes de los botes ligeros, aunque en caso de cualquier contratiempo de la naturaleza, ya todos saben a quién culpar.
(Tomado de Orbe)
