En las batallas siempre resultan muertas y heridas muchas personas, ciudades enteras son destruidas y se pierden medios de vida y sustento, pero, además, es el medio ambiente la víctima más silenciosa y silenciada.
Se queman bosques, se contaminan o destruyen acuíferos, envenenan los suelos y sacrifican animales y, todo ello, sin tener cuenta en el recuento final de los daños de una guerra.
ONU Medioambiente tiene como uno de sus objetivos trabajar para evitar las agresiones medioambientales en situaciones de conflicto y también para garantizar los medios de subsistencia y recursos naturales, precisamente para prevenir conflagraciones, una tarea ardua y difícil enmarcada dentro de la Agenda 2030.
Muchas veces es la propia explotación de la naturaleza la causa de un conflicto armado y, de hecho, en los últimos 60 años casi la mitad de los enfrentamientos internos estuvieron relacionados con la explotación de algún recurso natural, ya sea por su valor (minerales y petróleo) como por su escasez (agua o tierra).
Esos datos de la ONU corroboran que cuando se agrede al medio ambiente, no solo está en juego la supervivencia del hombre, sino la de muchas especies, como lo demuestran décadas de disputas que han provocado la pérdida de ecosistemas y recursos muy valiosos.
En Afganistán en los últimos años la tasa de deforestación ascendió al 95 por ciento, mientras en 2017 ese país incendió pozos de petróleo y una fábrica de azufre, lo que provocó humos tóxicos cerca de la ciudad iraquí de Mosul, envenenando a la gente y el paisaje.
También en Colombia, República Democrática del Congo (RDC) y Sudán del Sur grupos de rebeldes instalados en puntos importantes para la biodiversidad realizaron talas ilegales, caza furtiva masiva y cría de especies invasoras.
Las poblaciones de elefantes han sido diezmadas en la RDC y en República Centroafricana, en tanto la Franja de Gaza, Yemen y en otros lugares tienen dañada su infraestructura hídrica, como pozos subterráneos, plantas de tratamiento de aguas residuales, estaciones de bombeo o plantas de desalinización.
Son décadas de enfrentamientos en el mundo, que llevaron a la pérdida de ecosistemas y recursos naturales, con altas tasas de deforestación, incendios, talas ilegales, cacería furtiva, cría de especies invasoras y daños en la infraestructura hídrica, por mencionar algunos ejemplos.
En un reciente reporte el Fondo Mundial para la Naturaleza precisó que en Ucrania el 20 por ciento de las reservas naturales y tres millones de hectáreas de bosques están afectados por el conflicto, además 16 sitios Ramsar (humedales designados de importancia internacional) con una superficie de casi 600 mil están bajo amenaza de destrucción.
Tales cifras pueden aumentar porque en algunos territorios las hostilidades continúan y el resto está bajo ocupación o aun no ha sido desminado, enfatizó esa agencia.
Si bien los Estados golpeados por conflictos tienen menos probabilidades que otros de alcanzar las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de aquí a 2030, y más del 80 por ciento de las poblaciones más pobres del mundo podrían estar concentradas en países dañados por la inestabilidad, los conflictos y la violencia.
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