De Bonafini, quien denunció los crímenes de la última dictadura cívico-militar (1976-1983) en este país y dedicó su vida a la búsqueda de la justicia y la defensa de los derechos humanos, murió poco después de ser ingresada por enfermedades crónicas.
Su deceso generó gran conmoción y personalidades como el papa Francisco y el premio nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel expresaron su profundo pesar y resaltaron su labor para preservar la memoria histórica.
También lamentaron su fallecimiento los presidentes de Cuba, Miguel Díaz-Canel; de Venezuela, Nicolás Maduro, y de Bolivia, Luis Arce; los exmandatarios Evo Morales, Rafael Correa y Dilma Rousseff, y el recién electo jefe de Estado de Brasil, LuizInácio Lula da Silva.
En Argentina fueron declarados tres días de duelo nacional y el Gobierno, el Partido Justicialista, La Cámpora e Hijos, entre muchas otras organizaciones, le rindieron tributo.
“Querida Hebe, símbolo mundial de la lucha por los derechos humanos, orgullo de Argentina. Dios te llamó el día de la Soberanía Nacional… no debe ser casualidad. Simplemente gracias y hasta siempre”, escribió la vicemandataria Cristina Fernández tras conocer la partida de la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
Jorge Omar Bonafini tenía 26 años cuando fue secuestrado en febrero de 1977, en la ciudad de La Plata; su hermano Raúl Alfredo, de 24, sufrió el mismo destino 10 meses después.La esposa de Jorge, María Elena Bugnone, fue detenida en 1978.
Desde entonces, Hebe no cesó en la búsqueda de la verdad y junto a otras mujeres inició un largo camino en el cual serían perseguidas, vigiladas, arrestadas y, algunas de ellas, asesinadas por no rendirse.
De esa manera, llegaron a conformar una de las más importantes fuerzas de resistencia en este país y sus pañuelos blancos se convirtieron en un símbolo contra el régimen (apoyado por Estados Unidos en el marco de la Operación Cóndor).
“Quiero que me recuerden como una madre que luchó por los 30 000 desaparecidos, por esos hijos o muchos más, porque tal vez nunca sabremos la cifra real”, pidió en una ocasión De Bonafini.
“Soy una mujer común que lava, plancha y cocina. No soy nada de otro mundo. El día que muera no tienen que llorar, sino bailar, cantar y hacer una fiesta en la Plaza de Mayo porque hice, dije y peleé por lo que quise”, señaló.
A petición suya, sus cenizas quedarán en el sitio al que volvía cada jueves y donde convirtió el dolor en lucha.
(Tomado del Semanario Orbe)