Pesquisas de inspectores forestales kenianos denunciaron el hallazgo de varios ejemplares de los gigantes del orden de las malváceas talados para ser vendidos como madera, lo que equivale a sacrificar la gallina de los huevos de oro para preparar un efímero fricasé dominical.
Además de su presencia en el planeta, estimada en unos cuatro mil años, casi el mismo lapso en el cual, según el Antiguo Testamento Adán y Eva comenzaban su exploración romántica en el paraíso después perdido, el baobab es una fuente de alimento, medicina y útiles para el trabajo.
Durante siglos los humanos utilizaron como alimento su fruto, llamado árbol del pan del mono; sus hojas son empleadas en Mali para hacer una nutritiva sopa y su corteza para fabricar cuerdas, biodegradables a diferencia de las prosaicas y contaminantes de plástico.
Pero, además, son depósitos naturales capaces de almacenar hasta 120 mil litros de agua, secreto ancestral conocido por los elefantes, que en tiempos de sequía, como la que agosta partes de África hoy, perforan el tronco con sus colmillos y sacian la sed tras caminatas por tierras áridas bajo un sol de suplicio y sin nubes.
Por si fuera poco, con su silenciosa presencia y debido a su versatilidad, según científicos desempeñan un papel insustituible en el combate al cambio climático.
Esas bondades explican las protestas populares tras conocerse el derribo de los bellos gigantes de hasta 25 metros de altura.
De su lado, los campesinos aducen que por su corpulencia los baobabs ocupan demasiado espacio, necesario para sus cultivos incluso los de subsistencia en estos tiempos de encarecimiento de los alimentos.
Los medios científicos salieron en defensa de los gigantes vegetales con una solución salomónica: vender los frutos cuyos usos, además de alimenticios pueden convertirse en una refrescante bebida, ideal para combatir la sed.
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