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Cuba: Joel James, El Barbú, retorna (+Fotos)

La Habana (Prensa Latina) Los descendientes de haitianos le llamaban “El Barbú”, no solo por su encanecida y rala barba, también por las botas que siempre lo acompañaron en su andar por las empinadas calles de Santiago de Cuba.

Por Mario Muñoz Lozano

Jefe de la Redacción Cultural

Los amigos de la serranía oriental y los más cercanos colaboradores de la Casa del Caribe, que dialogaron sobre su obra en el Coloquio Internacional Joel James In memoriam, dicen que ambas eran parte de su personalidad. Los más allegados aseguran que no se las quitaba porque aún no había dejado de combatir.

El evento, que tiene lugar en la oriental ciudad cubana hasta este 13 de enero, cuando se cumplen 81 años del natalicio del fundador del Festival del Caribe y de la Casa del Caribe, enaltece la impronta de su obra, recuerda su quehacer investigativo y cultural, además de los valores de las expresiones raigales de la cubanía.

El también ensayista y narrador estuvo entre los más profundos estudiosos del ser y de la espiritualidad del cubano, uno de los motivos por los que recibiera el Premio Nacional de Investigación Cultural.

Autor de numerosas obras (Los Testigos, Hacia la tierra del fin del mundo, Caballo bayo, Vergüenza contra dinero, Cuba 1900-1928: Re-pública dividida contra sí misma), recibió además el Premio Nacional de Cultura Comunitaria y la Distinción por la Cultura Nacional.

Nacido en las afueras de Guanabacoa, en La Habana, Joel James (1942-2006) dirigió la Casa del Caribe desde su fundación en 1982 hasta su muerte, luego de un pasado vinculado a las luchas contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958).

“Había realizado estudios avanzados de bachillerato que fueron truncados por esa lucha, y el propio ambiente familiar en que me había desarrollado determinaba una cierta acumulación de información cultural”, comentó a este reportero en una entrevista, en 2003.

“Eso me permitía una redacción satisfactoria, lo que hizo que el mando entendiera en los primeros meses del 59 que podía ayudar a la elaboración de la revista El Combatiente, convertida en órgano del Ejército Oriental en ese momento y dirigida por Jorge Risquet”.

-¿Cuándo comienza su relación con el estudio de la historia?

-Mi vínculo comienza por el rastreo de los orígenes del pensamiento martiano.

Martí, un muchacho habanero de la calle Paula, un lugar casi de extramuros, en un barrio de menesterosos, delincuentes fugitivos, gente sin empleo, sin beneficios, que estuvo además seis meses en la cárcel pública de La Habana, donde no había diferencia entre el delito político y el común, por fuerza tuvo que hacer contacto con los entes portadores de la cultura popular tradicional cubana.

Es decir, con los santeros, con los paleros, con ñáñigos, abakuás, rumberos… Una persona que estuvo en el Hanábana, que vio el contrabando y los abusos a que eran sometidos los esclavos, indiscutiblemente tuvo que sentir ese aporte.

No podía suceder de otra manera ante una inteligencia tan clara, una sensibilidad tan despierta, que debió enfrentar la realidad golpeante que vivían.

Esto me llevó a una lectura profunda de Martí y luego al estudio de la historia de Cuba en sus diversas facetas. Además, la práctica como periodista en la revista El Combatiente y en el periódico Sierra Maestra me obligaron a incursionar en el acontecer histórico cubano.

-¿Por qué ese interés manifiesto en la investigación de la impronta de las religiones de origen africano en el territorio oriental de Cuba?

-Comienza como un descubrimiento desde mi trabajo en el teatro.

Los actores del Cabildo Teatral Santiago son gente que proviene de los sectores más humildes de la sociedad -en su mayoría negros y mestizos-, por lo que resultan portadores de una cultura que, al igual que la de los inmigrantes caribeños, era totalmente soterrada.

Me doy cuenta de que no se investigaba lo suficiente y me dedico a estudiarla porque reconozco que es una parte de la cultura nacional que no tenía un adecuado reconocimiento público.

Esta búsqueda con un grupo de compañeros nos condujo al descubrimiento, por ejemplo, de la variante cubana del vodú, que no había visto ni Don Fernando Ortiz. Y no porque careciese de mérito profesional o de inteligencia, sino porque no había ocurrido una Revolución en Cuba.

Antes, los haitianos y los descendientes de caribeños, en general, eran triplemente discriminados: por negros, por pobres y por haitianos, lo que provocó que escondieran su cultura, sus tradiciones y como es lógico, también sus prácticas religiosas.

Al dignificarlos, al darles la condición de ciudadanos cubanos, la Revolución les creó el presupuesto que nos permitió trabajar, investigar las manifestaciones culturales de que son portadores.

Igual sucedía con los sistemas mágico-religiosos cubanos, léase santería, palo monte, espiritismo de cordón o la variante cubana del vodú que encontramos.

Es de gran satisfacción que este reconocimiento público a su cultura desembocara en el Festival del Caribe, y se sabe lo que significa en nuestro contexto de bloqueo y dificultades económicas sostener un evento con miles de personas de todo el país y de otras naciones durante toda una semana.

-¿Significa que el surgimiento de la Casa del Caribe en 1982 fue una necesidad?

-Fue una necesidad espiritual no solamente mía, sino también de los compañeros del Cabildo, entre otros investigadores del territorio.

En Santiago hay muchos vasos comunicantes entre las expresiones culturales y los creadores, y ello se sustenta en la personalidad cultural tan fuerte del pueblo de Santiago de Cuba, en general de la parte oriental de la isla, con especificidades muy caribeñas.

Piénsese, por ejemplo, en la presencia en la historia y en la cultura de las inmigraciones a raíz de la Revolución haitiana a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, o la oleada de braceros caribeños que llegaron a partir de 1914, como cortadores de caña.

Esa cultura ameritaba la existencia de una institución que rastreara no solamente el pasado, sino la realidad y las perspectivas de la cultura caribeña a partir de proposiciones hechas desde la cultura cubana.

-¿Qué son para usted esos descendientes de haitianos, de jamaicanos… cuya cultura trata de defender como parte de la nuestra?

-Son mis hermanos, convivo con ellos en términos de igualdad. Les dediqué varios libros. Lo más probable es que ninguno de ellos me lea y con toda probabilidad no me leerán jamás.

Igual que no me leen los sacerdotes del palo monte o de la santería, con quienes convivo aquí en Santiago de Cuba y en otros lugares del país. Sin embargo me quieren y yo los quiero a ellos. Creo en ellos profundamente y estoy seguro de que nunca nos van a fallar.

-No siendo santiaguero de cuna, se convirtió en uno de los más fervientes promotores de su cultura. ¿Por qué?

-Me siento muy identificado con Santiago. Esta ciudad tiene una fuerza que no se descubre a primera vista, aunque sí hay una suerte de imantación: quienes llegan por primera vez la sienten. Hay un elemento de teluricidad espiritual.

De cierta forma se corresponde con la teluricidad tectónica de su suelo, que le da una personalidad muy atractiva. Hay magnetismo. Santiago de Cuba tiene lo que en términos católicos y cristianos se denomina carácter, una impronta de muy fuerte calado.

Creo en el misterio. Creo que la razón humana, por suerte, tiene un límite para penetrar en la realidad esencial del ser humano. Ese límite no se puede traspasar. Y como creo en los misterios, no cuestiono el misterio que hace que Santiago de Cuba posea esta carga magnética que atrae y te sujeta.

-¿Qué se considera usted más: un intelectual o un promotor cultural?

-Soy un revolucionario que lo único que hago desde que tengo 14 años es combatir. Combatir de acuerdo con la modalidad de combate que cada momento pide.

Pienso que combatir con la producción intelectual, con la promoción cultural, como escritor y como aglutinador de gente, es una forma de luchar por la independencia, por la soberanía del país y de la Revolución.

arb/mml

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