Por Yadira Cruz Valera
Jefa de la Redacción África y Medio Oriente
Las omisiones “involuntarias” sobre leyendas femeninas y el encasillamiento de estas en roles tradicionales fueron por años una constante en todas las manifestaciones culturales, de las cuales el cine no es la excepción. Es quizás una de las razones por las cuales el filme nigeriano “Amina, la reina guerrera”, del director Izu Ojukwu, se convirtió en una de las películas taquilleras de 2021 y posteriormente en un éxito de Netflix.
Narra la vida de la princesa Amina de Zaria o Aminatu, que vivió en una región de Nigeria alrededor de 1533-1610, y quien desde niña estuvo interesada en aprender la habilidad del uso de las armas de guerra, pese a ser algo muy mal visto.
No obstante, la inteligente y testaruda niña supo aprovechar los privilegios de su casta social para convencer al padre de que la dejara dedicarse a lo que realmente le gustaba, luchar.
Cuentan las viejas leyendas que alcanzó a tener un ejército de 20 mil hombres de infantería y mil de caballería, quienes la siguieron en la campaña de expansión territorial y la conquista de grandes extensiones de tierra.
Se le considera la primera Sarauniya o reina de una sociedad hasta entonces dirigida por hombres, y muchos son los logros militares y económicos que se le atribuyen, los cuales la convirtieron en un símbolo de esa nación africana.
MATRIARCADO Y COLONIZACIÓN
Pero la historia de Amina, visualizada gracias a la popular plataforma virtual, no es una excepción en el continente, donde muchas reinas, guerreras y mujeres simples asumieron importantes roles en la vida militar, política y social.
Muy al contrario de lo que conocemos, fue común en las llamadas sociedades matrilineales, donde el linaje materno era el de mayor peso y prevalecía el respeto a la creación y la fecundidad, atributos exclusivos del género femenino, tal como revelan las leyendas y antiguas escrituras.
Al estudiar las culturas ancestrales del continente, vemos no sólo la representación de Dios como mujer, sino también los principales espíritus guardianes, deidades símbolo de fertilidad y prosperidad, así como la participación equitativa de ambos géneros en las labores de la comunidad.
Para algunos antropólogos, la difusión de las religiones monoteístas durante la antigüedad y el medioevo significó la primera ruptura que consiguió modificar esas pautas tradicionales, pero el golpe definitivo vino tras la colonización.
En su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, el filósofo socialista Federico Engels ilustró en una magistral frase este rompimiento y las consecuencias que tuvo para ellas, no sólo en África, sino en todas las sociedades matriarcales del mundo:
“El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino… El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre”, sentenció.
Pero mucho antes de todos esos cambios sociales y políticos, en distintas sociedades africanas las mujeres jugaron un papel determinante en los conflictos militares y desde épocas remotas se registró la participación de ellas como guerreras al lado de los hombres.
AMANIRENAS
Una de las leyendas más antiguas llegadas hasta nuestros días es la de Amanirenas, a quien se le ubica entre los años 60-10 antes de nuestra era (ANE) en Nubia, la región más codiciada por los egipcios, conocida por los bravos guerreros y grandes riquezas.
Fue una famosa kandake, reina de Kush (un poderoso reino nubio formado hacia el siglo VIII ANE), quien lideró el ejército frente a Roma.
Aunque no queda claro aún el significado de kandake o candance, la denominación parece ser un indicativo de las hermanas del rey de Kush, una monarquía de sucesión matrilineal en la que ejercían como reinas madres o regentes, y se destacaron por ser feroces guerreras que lideraban a sus hombres en el campo de batalla.
Según la leyenda, cuando el prefecto romano Aelius Gallus se encontraba ausente luchando en una campaña en Arabia (24 ANE), los kushitas, con Amanirenas liderando las tropas, atacaron el norte con éxito, derrotaron a las tropas romanas de Asuán y llegaron hasta la isla de Elefantina.
Posteriormente regresaron a Kush con prisioneros y botín, incluyendo varias estatuas del emperador Augusto y la cual, se dice, enterró debajo de la entrada de su palacio para que ella y todos los que iban y salían pudieran pisar la cabeza del enemigo.
KAHINA, LA REINA DE LOS BEREBERES
Su nombre fue Dihia o Dahia, pero pasó a la historia como Kahina (al kahina en árabe significa sacerdotisa o hechicera); admirada por su belleza en la juventud, tomó el mando de la tribu al enviudar.
En el 690, una expedición árabe dirigida por Zuhayr ibn Qays derrotó a la coalición bizantina bereber en la batalla de Mems, en la que el líder bereber Kusayla murió y como consecuencia se restableció el poder musulmán en Ifriqiya.
Fue entonces Kahina elegida líder de la confederación bereber, así como de la resistencia contra el mundo musulmán.
Mientras musulmanes y bizantinos se enfrentaban, la reina bereber fortaleció su ejército y derrotó a los árabes en la gran batalla de Wadi Niskiana, en el año 698, zona de la actual Argelia.
Pero en el 702, nuevamente regresaron los musulmanes, derrotaron a los bizantinos y los expulsaron definitivamente de la ciudad de Cartago.
Sobre el año 702, las tropas árabes dirigidas por al-Numan derrotaron totalmente al ejército de la reina y esta murió en la batalla de Tarfa, a la que los árabes rebautizaron como Bi´r al-Kahina (Oasis de Kahina) en su honor.
Las culturas contemporáneas la reconocen como defensora de la emancipación y el poder femenino, una heroína de la resistencia e independencia bereber.
LA REINA POKOU
Abla Pokou nació a principios del siglo XVIII, y era sobrina del rey Osseï Tutu, fundador de la Confederación Ashanti de Ghana; tras el fallecimiento de éste, ella le sucedió en el trono en virtud de la ley matrilineal, sucesión por descendencia materna.
Huyendo de una lucha fratricida sin piedad por la sucesión al trono, se vio obligada por las circunstancias a conducir a su pueblo desde Ghana hasta Costa de Marfil.
De acuerdo con la leyenda, al llegar al río Comoé la reina y su tribu encontraron un río de aguas torrenciales que no podían atravesar; quienes los perseguían no tardarían en llegar.
Desesperada por la situación, Abla Pokou elevó los brazos hacia el cielo y le preguntó al adivino qué podía hacer para atravesar el río; este le respondió que no pasaría a menos de ofrecerle algo a cambio, lo más preciado que poseían.
Las mujeres comenzaron a desprenderse de sus joyas de oro y marfil, pero el hechicero les comunicó que lo más preciado eran sus propios hijos, de los cuales ninguna quiso separarse.
La reina decidió entonces que era ella quien debía hacer el sacrificio, pues consideraba que antes de madre o mujer, era la responsable de la seguridad de su tribu.
Inmediatamente, las aguas del río se calmaron y su nivel disminuyó hasta las rodillas de la tribu como por arte de magia; al llegar a la otra orilla, la soberana se giró y gritó Bâ wouli (el niño ha muerto), y fueron sus palabras las que dieron nombre al pueblo Baulé.
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