El Acuerdo de Libre Comercio Continental Africano (AfCFTA, por sus siglas en inglés) está diseñado pàra abarcar a 54 de los 55 países miembros de la Unión Africana, con la excepción de Eritrea, los cuales representan un mercado de mil 300 millones de habitantes y un producto interno bruto de tres billones (millón de millones) 400 mil millones de dólares.
Las cifras ejemplifican el grado de influencia que podría representar el pacto y elevaría al continente al nivel de actor protagónico en la economía mundial.
A partir de ese presupuesto resulta difícil entender las razones por las cuales el parto del AfCTA es tan difícil, tanto por sus beneficios económicos en términos individuales, como políticos a la hora de negociar con el resto del mundo.
El acuerdo propone amplificar el comercio regional hasta 60 por ciento de ahora a 2030, ocho años, apenas un pestañazo en la historia, con la eliminación de tarifas, tal vez la principal manzana de la discordia, y los cierres fronterizos por la pandemia de Covid-19.
En la actualidad el intercamabio entre los países miembros es de apenas el 15 por ciento, mínimo comparado con el de Europa, cifrado en 65 por ciento.
En términos de los ciudadanos del continente la entrada en vigor del pacto sacaría en un lustro a 50 millones de africanos de la pobreza extrema, con todas las implicaciones sociales, políticas y humanas que comporta esa categoría y aumentaría los ingresos de otro nueve por ciento.
Sociólogos y soñadores se han preguntado cuántos cerebros privilegiados mueren en el continente antes de llegar a la adolescencia por enfermedades curables, hambrunas y los conflictos armados entre ellos el auge del islamismo que aquí y ahora plagan a varios estados.
Aunque no aparece en las cifras, África, pletórica de recursos minerales, algunos estratégicos sigue en la categoría de proveedor de materias primas, cuyos precios son deprimidos en la manipulación de los mercados impuesta por el occidente industrializado, vendedor de productos terminados caros.
Sin obviar la sujeción política, económica y militar, impuesta por las exmetrópolis tras la descolonización cuyo ejemplo más palmario y doloroso fue el asesinato de Patricio Lumumba y, el más duradero, el trazado a cartabón de las fronteras, fuente de cruentos conflictos.
Ante ese cuadro, digno de un estudio más profundo, a nadie extraña que las expotencias coloniales impidan a sangre y fuego cualquier manifestación de independencia, entre ellas la creación de ese mercado común continental.
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