Ese baile, inscrito en 2008 en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es originario de la zona noreste del país. En su formato más tradicional, los participantes, tanto hombres como mujeres, siguen el ritmo de uno o dos tambores con pasos bastantes acrobáticos y aparentemente descoordinados.
De hecho, un observador externo poco versado en el arte de la danza lo primero que apreciaría es a varias personas que parecieran estar cayéndole a patadas al suelo como si tuvieran algo contra él.
Pero, precisamente, ese hecho de patear la tierra con la pierna derecha imitando un topo en el acto de cavar su madriguera obedece al motivo del baile, del cual proviene el nombre Mbende, que en lengua shona significa topo, considerado localmente como símbolo de la fertilidad y la familia.
Y de esas cualidades que el animal supuestamente posee se desprenden también otros movimientos de marcado simbolismo sexual, motivo de escándalo para los primeros misioneros cristianos que llegaron a la región durante el proceso de colonización por las potencias europeas.
Tanto fue así, que forzaron a la población nativa a maquillar la danza, rebautizándola entonces, con cierta referencia religiosa, como Jerusalema.
De cualquier manera, a espaldas de los mojigatos colonizadores victorianos, el baile conservó su popularidad hasta nuestros días, aunque cambiando más de una vezsu significado u ocasión para ejecutarse.
En estos tiempos, versiones aptas para turistas con música grabada han distorsionado en no pocos momentos la pureza de la Mbende/Jerusarema, pero por suerte hay un sector no despreciable de la población que la defiende y practica en formas bastantes parecidas a las de siglos atrás.
(Tomado de Cuarta Pared, Suplemento Cultural de Orbe)