Ahora, con sus modernas carabelas, atraviesan el Caribe o el Atlántico, navegan el río Bravo y llegan a nuestras tierras en América a velocidades supersónicas, lo mismo por enlaces satelitales que a bordo de potentes fibras ópticas, por las que trasladan o emiten mensajes, música, filmes y los más diversos frutos de sus industrias del entretenimiento en Estados Unidos o en territorios de Europa.
Una cosa es la globalización cultural “sana”, hija de esa fusión y asimilación de tradiciones, costumbres y expresiones artísticas entre diferentes pueblos y naciones. Otra es la transculturación impuesta a golpe de dinero y tecnología de grupos sociales que terminan siendo aplastados por las formas y patrones de los nuevos “colonizadores”.
Para el escritor y ensayista italiano Carlos Frabetti, casi desde sus orígenes, el cine se convirtió en el más eficaz vehículo de la cultura de masas (y por ende en el más poderoso instrumento de colonización cultural), solo superado, a partir de los años sesenta, por la televisión, que llegó para complementarlo.
“Y desde sus orígenes la industria cinematográfica fue un cuasimonopolio de Estados Unidos, así como su más eficaz arma ideológica y propagandística; no es exagerado afirmar que, sobre todo en los años cincuenta y sesenta, Hollywood desempeñó un papel no menos importante que el Pentágono en la agresiva campaña imperialista estadounidense”, apuntó.
Más de dos mil palabras provenientes de Estados Unidos, desde la conquista del Oeste a la del espacio y agrupadas en un estudio por el filólogo y periodista español Recaredo Agulló, permiten comprobar el enorme peso que la cultura norteamericana ejerce sobre Hispanoamérica.
“Su sistema de vida, sus hábitos, su música, su cine, su manera de vestir e incluso de hablar se han ido imponiendo en el conjunto de las sociedades occidentales y con ello, también, su enorme aporte de palabras nuevas”, explicó el autor.
La investigación recoge voces exportadas desde esa nación durante los casi 200 años transcurridos entre 1776, el de su independencia, y 1969, en el que se produjo la llegada del hombre a la Luna.
El periodista valenciano llamó la atención sobre “la fuerza de una cultura que se ha hecho nuestra y que nos resulta más conocida que la de nuestros abuelos”, como consecuencia de una progresiva “mundialización” de las sociedades, en las que el valor de la historia se ha reducido por el liderazgo de Estados Unidos.
Las alarmas suenan aún cuando las imágenes de lo mejor o del éxito tienen rostros de automóviles (Lincoln, Cadillac, Chevrolet, Chrysler, Dodge o Ford), motocicletas (Harley-Davidson) bebidas (Coca-cola, Fanta) o cigarros (Marlboro, Camel, Winston) estadounidenses, en lugar de cualquier otro producto nacional o de otro país.
Según el escritor Abel Prieto, presidente de Casa de las Américas de Cuba, la tarea actual es difícil porque hay que enfrentar una colonización cultural de signo proyanqui e imperialista cuyo gran triunfo es la migración desbocada y la idealización del modelo capitalista.
“Ya Martí avizoraba sobre este modelo que siempre ha querido adueñarse de las Américas”, dijo el intelectual cubano, quien considera que un profesor latinoamericano que se precie de serlo debe hablarles a sus alumnos de Bolívar, Sandino, Sucre, Martí, San Martín y de otras grandes figuras en el campo de la cultura, la ciencia, la historia, que han construido las bases espirituales y culturales de la región.
“En el empeño por luchar contra el colonialismo está la defensa de nuestra memoria, por lo que se deben evitar las improvisaciones y los enfoques superficiales”, expresó el Prieto, a la vez que exhortó a crear una mirada crítica ante los productos que ofrece ese mercado.
(Tomado de Cuarta Pared,Suplemento Cultural de Orbe)