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El desangre dorado de África

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La Habana (Prensa Latina) Miles de africanos participan en la ilegal extracción y tráfico de oro, delitos a los que los gobiernos declararon la guerra, pero que mueven cifras astronómicas de capitales en la economía subterránea.

Es difícil detener ese saqueo por la extensión y consistencia de las redes, el traslado clandestino y los enormes beneficios derivados de tales acciones, a los cuales solo acceden los ocupantes de las cúpulas apoyados en la violencia.

Se estima que unas 40 millones de personas, en su mayoría pobres, están involucrados en la minería artesanal y a pequeña escala fuera de las estructuras legales.

El 75 por ciento de esa actividad es ilícita, mientras que 34 países africanos envían al mercado unas 600 toneladas, equivalente a 25 por ciento del total mundial.

Según expertos, casi la mitad de las reservas del metal precioso se halla en ese continente, otro motivo para la geofagia, la táctica de consorcios trasnacionales para conferir una base territorial al expolio de riquezas.

Las dinámicas relacionadas para la explotación del oro implican corrupción administrativa y política, ámbitos inseguros y riesgosos con violaciones de derechos humanos.

Sin embargo, forman parte de de una economía soterrada –desde la prospección ilícita hasta la extracción y comercio- y “una fuente habitual de trabajo infantil, pobreza, contaminación y enfermedades”, precisan especialistas.

La Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) indicó que esa minería abarca a un 20 por ciento de la producción mundial de oro, diamantes, estaño y tantalio, y 80 de las piedras preciosas: un negocio multimillonario superior al narcotráfico.

Según informes de medios especializados, el continente africano posee un tercio de las reservas minerales del planeta con más de 40 por ciento del oro, 55 de diamantes, 66 de cobalto y más del 80 del platino.

En países como Ghana y Costa de Marfil se adoptan medidas contra los aventureros que persiguen el metal amarillo, cuyas actividades afectan social y ecológicamente las zonas donde operan.

Evaluaciones del Banco Mundial -presumiblemente superadas en los últimos dos años, por efectos colaterales de la Covid-19 y el declive económico causado por esta- en África subsahariana hay unos 10 millones de esos buscadores.

El sector minero del oro crece con rapidez al margen de los canales legales, el aumento de yacimientos clandestinos y su explotación reduce el control soberano del Estado, y en la región del Sahel tal fragilidad converge con el terrorismo.

Para neutralizar el “delirio dorado” las autoridades ghanesas dictaron una serie de disposiciones contra el avance del fenómeno conocido como galamsey – palabra derivada del inglés- y diversas medidas se aplican en otras partes de África occidental.

Hace 11 años las fuerzas de seguridad enviadas por Accra quemaron centenares de áreas mineras ilegales, pese a lo cual esas zonas se reprodujeron en otras partes del país, segundo en la producción del metal precioso en el continente –detrás Sudáfrica- y sexto en el mundo.

A criterio de nationalgeographic.es, el galamsey amenaza la economía agrícola del país productor de cacao, pues cada vez más terrenos fértiles pasan a explotarse en la extracción del mineral, en desmedro de los productos agrícolas.

Además la contaminación ambiental se acelera con la deforestación y el envenenamiento de las fuentes hídricas por las prácticas nocivas en la obtención del preciado mineral durante la cual se emplea mercurio.

El azogue se mezcla con el oro para eliminar impurezas naturales recogidas en la extracción, ambos forman una amalgama que se calienta y cuando el metal liquido desaparece, el resultado es oro prácticamente puro, explica gestión.pe.

JUEGO SUCIO

El oro pierde su esplendor en el mercado clandestino, muy extendido y que reporta dividendos anuales de miles de millones de euros; después recupera su esplendor tras ser “lavado” a través de transacciones financieras.

Existen turbios engarces en su extracción-procesamiento-comercialización amparados por mafias que manejan el movimiento clandestino, mientras se esmeran en crear una falsa imagen de legalidad, acotan las autoridades.

Sin embargo, en la madeja de delitos asociados a ese proceso, siempre hay espacios para que la justicia cumpla su papel, intente frenar en lo posible los excesos delictivos y transforme el escenario en beneficio de la seguridad.

En diciembre pasado, la Interpol rescató a 90 víctimas de explotación sexual y trabajos forzados en yacimientos en Benín, Burkina Faso, Costa de Marfil y Togo, y arrestó a 15 traficantes.

Resulta significativa la brecha existente entre lo que adquiere el minero del oro en África occidental -como promedio 25 euros por gramo del producto- que luego se comercializará en Europa o en el Oriente Medio en tres mil veces el costo de extracción.

Asimismo, el galamsey, término propiamente ghanés, está sometido a las fluctuaciones del mercado, pese a que su faena es considerada delictiva y en casos vinculada con lo hoy conocido como “minerales de sangre”.

Tal designación corresponde al producto extraído en zonas de conflictos armados y que en ocasiones costean esas contiendas como en la guerra en Sierra Leona, (1991-2002) en la cual se pagaron armas con diamantes traficados por los rebeldes.

El número de galamsey es difícil de conocer, en Ghana se estima que hay entre 30 mil y 200 mil, muchos de ellos extranjeros que operan clandestinamente.

Pero toda cifra estimada es sólo un modesto botón de muestra teniendo en cuenta de que se trata de un continente donde existen muchos filones auríferos legales e ilegales, una diferencia que obvian los transgresores.

De todas formas, África concentra una gran cantidad de exportadores de oro: al menos 13 países basan sus economías en la comercialización del metal extraído en sus territorios por grandes firmas mineras internacionales, acota iimp.org.pe.

*Periodista de la redacción de África y Medio Oriente de Prensa Latina

arc/mt

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