Los carros de tracción animal eran el único medio disponible a mediados del siglo XIX para llevar los sacos de café desde las montañas de la zona central de Costa Rica hasta Puntarenas, en la costa del Pacífico. El viaje podía tardar de 10 a 15 días.
Contar con una carreta era un símbolo de estatus social para muchas familias, casi como tener en la actualidad un teléfono inteligente de última generación o manejar el carro eléctrico más moderno.
A inicios del siglo XX se inició la tradición de pintar y engalanar las carretas, incluso con imágenes y paisajes, al punto de que cada región contaba con su diseño típico, lo que permitía identificar la procedencia del boyero con un solo vistazo a las decoraciones.
Y si la imagen no era suficiente, cada vehículo se construía para producir un ruido distintivo o «canto», mediante la percusión de un anillo de metal contra las ruedas a medida que esta avanzaba por los enlodados caminos de la época.
Al poco tiempo comenzaron a organizarse concursos y competencias entre las distintas carretas, dando forma a una tradición que llega hasta nuestros días y reconocida en 2005 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Aunque hoy los camiones han sustituido a ese ancestral medio de transportación en el traslado de café y quizás mañana sean los drones o vehículos eléctricos los que se ocupen de la tarea, todavía se pueden ver carretas decoradas en los campos de Costa Rica.
Así, cuando los niños del futuro pregunten por las redes sociales del pasado, los ticos tendrán aún sus carretas para mostrar cómo se hacían las cosas sin celulares, computadoras o internet.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)
