Juan J. Paz-y-Miño Cepeda*
En América Latina, las reivindicaciones obreras aparecen a fines del siglo XIX y sobre todo en el XX, pero no en todos los países. Argentina celebró tempranamente el 1 de Mayo como Día del Trabajo en 1890. Siguieron Cuba (1890), Brasil (1891), México (1891), Chile (1898), Perú (1905), Bolivia (1906), Costa Rica (1913), Colombia (1916), Nicaragua (1920), Venezuela (1924). En Ecuador, el I Congreso Obrero se realizó el 10 de Agosto de 1909, para conmemorar el Centenario de la Revolución de Quito, con la que comenzó el proceso de la independencia frente a España; pero recién en 1911 se conmemoró el 1 de Mayo, por iniciativa de la Asociación de Abastecedores del Mercado de Guayaquil. El gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez consagró oficialmente “el Primero de Mayo de cada año, día feriado para los obreros del Ecuador” (Decreto, 23/04/1915). Al año siguiente (1916) se decretó la jornada de ocho horas, que sistemáticamente fue burlada.
La Constitución de México de 1917 inauguró la legislación social en América Latina y quedaron fijados tanto el principio pro-operario como los derechos fundamentales de los trabajadores: contratos, jornada máxima de ocho horas, salario mínimo, sindicalización, huelga, indemnizaciones, seguridad social. Tuvo influencia inmediata en la región. Y el triunfo de la Revolución Rusa (1917) permitió el fortalecimiento de los partidos comunistas y socialistas que aparecieron a partir de la década de 1920. El Partido Comunista de Argentina se fundó en 1918, como escisión del Partido Socialista fundado en 1896. En Ecuador, los gobiernos julianos (1925-1931) reconocieron los primeros derechos laborales que se consagraron en la Constitución de 1929. Abierto el espacio político de las izquierdas, se fundó el Partido Socialista (PSE, 1926) y años después el Partido Comunista (PCE, 1931), que por décadas tendrían acciones decisivas para la organización y lucha de los incipientes proletarios ecuatorianos.
Los procesos descritos han formado parte de la época heroica de los trabajadores asalariados latinoamericanos. Naturalmente, en la marcha del siglo XXI las condiciones históricas han cambiado. Las clases trabajadoras se han diversificado ampliamente, las luchas sociales también responden a múltiples intereses, se volvió insoslayable la defensa del medio ambiente, la democracia electoral y representativa no puede ser marginada de las expectativas políticas de los trabajadores, los partidos marxistas no son las únicas fuerzas que se identifican con los intereses proletarios, por lo que han surgido nuevas izquierdas; los gobiernos progresistas de la región se han inclinado a favorecer a los trabajadores, superando las perniciosas actuaciones de los gobiernos neoliberales que siempre se levantaron sobre el privilegio a los empresarios y el cumplimiento de políticas flexibilizadoras y precarizadoras del trabajo; al mismo tiempo hay estrategias conscientes de las elites del poder para fomentar la división entre los trabajadores, apartarlos o combatir sus organizaciones y, de la mano de neoliberales y “libertarios”, frenar sus reivindicaciones, acabar con los derechos laborales históricamente conquistados e impedir las políticas estatales que afectan las rentabilidades, la competitividad y las ganancias.
Los avances tecnológicos y la renovación de la organización y conducción de las empresas, presionan para el cambio de las legislaciones laborales tradicionales y la movilización de la fuerza laboral en interés de los capitalistas. Y aunque los resultados del neoliberalismo han sido socialmente desastrosos para América Latina, su ideología sigue presente. A pesar de los avances que han provocado los gobiernos progresistas, los cambios estructurales latinoamericanos no llegan a ser profundos y el camino al socialismo del siglo XXI sigue frustrado. Los variados estudios de la CEPAL incluso apuntan sobre el retroceso económico y social sufrido por países como Ecuador en el último lustro.
En estas nuevas circunstancias, las organizaciones y dirigencias sindicales y, en general, de los trabajadores, se encuentran en un momento de deslinde de épocas entre el pasado, el presente y el futuro. Las retóricas proletarias y las consignas tradicionales de la lucha social se muestran insuficientes y flojas. La legislación conquistada se estanca al no progresar hacia nuevos derechos desde la perspectiva de los intereses de los trabajadores y no de los empresarios. Se imponen recambios generacionales. Se vuelve utópica la lucha por el “socialismo” sin enfrentar los desafíos del presente. Y en Ecuador, se multiplican las centrales sindicales, junto con la ubicuidad y derechización política de una serie de dirigentes. Es evidente la debilidad del Frente Unitario de Trabajadores (FUT), que tanta importancia tuvo durante las décadas de 1970 y 1980, con evidente decaída posterior hasta el año 2006, recuperación en la década inmediata y nuevo declive desde 2017. Acompaña la arremetida neoliberal de los dos últimos gobiernos sostenidos por las mismas elites empresariales. Todo ello ha colocado al movimiento de los trabajadores en una situación desventajosa para liderar las luchas sociales. En el país la hegemonía de las derechas neoliberales-oligárquicas se mantiene, a pesar del revés electoral de febrero 2023 y del posible enjuiciamiento político al presidente Lasso.
rmh/jjpmc
*Historiador y analista ecuatoriano.
(Tomado de Firmas Selectas)