El mío vale mucho, porque atesora en la primera página su autógrafo, recuerdo de un día de 1991, en Isla de la Juventud, cuando dialogamos sobre las trampas y secretos para escribir una buena crónica, género en que el también periodista se movió con soltura.
Había llegado a la ciudad de Nueva Gerona con su habitual sencillez y andar pausado para asistir de jurado a la primera edición del Tesoro, el concurso organizado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en el territorio para estimular el talento local.
De paso se organizó una presentación del texto, que luego devoré en pocos días, ávido por conocer detalles de su vida, porque Yo vendí mi bicicleta constituía una recreación de recuerdos en su natal Quemado de Güines, poblado de la provincia de Villa Clara, en el centro de Cuba.
También afloran con su habitual chispa, provocadora de la risa, anécdotas, encuentros con los más variopintos personajes callejeros, del teatro, la radio, la televisión, la farándula; o sus opiniones sobre diversos temas de la realidad nacional, en los que su humor deviene látigo con cascabeles en las puntas, al decir de José Martí.
Otros volúmenes suyos son Oye como lo cogieron, Gente que yo quise, ¡A Guasa a garsín! Mi vida al desnudo, otra memoria autobiográfica en la que desde sus vivencias muestra su conocimiento, percepción y pasión por “lo cubano”.
En el recuerdo están sus obras teatrales Cubanos en Miami y La chuchera respetuosa, protagonizada por Rita Montaner, estrenadas en 1949; o su comedia Gracias Doctor, de 1959, destacada en la época.
La historiografía recoge otras piezas teatrales suyas, consideradas ejemplos del mejor teatro vernáculo cubano, entre estas: El bravo; Voy abajo; Dios te salve comisario; Sí, señor juez; y La sirvienta, estas tres últimas escritas especialmente para la televisión.
Para esta última y la radio desplegó gran parte de su talento, con libretos que se convirtieron en excelentes programas humorísticos desde los años 50 del siglo XX, entre estos Chicharito y Sopeira; Cascabeles Candado; Casos y cosas de casa; y Si no fuera por mamá, largo serial televisivo de gran popularidad.
En los 90’ pude disfrutarlo de cerca en el periódico Juventud Rebelde, en el cual mantuvo durante años una columna dominical, de las más leídas de la publicación, y orgullo para los periodistas que entonces laborábamos en ella.
Colaborador de las publicaciones Zig-Zag, Palante, DDT, Carteles y Bohemia, Núñez Rodríguez fue además Premio Nacional del Humor (2001), Héroe Nacional del Trabajo, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y vicepresidente de la Uneac.
Pasaron dos décadas de su partida, el próximo sábado se conmemorará un siglo de su nacimiento, y todavía se recuerda la sencillez de este hombre culto –graduado en 1962 de Doctor en Derecho por la Universidad de La Habana— que supo llegar con su humor costumbrista, raigal, campechano, a las casas y el corazón de la mayoría de los cubanos.
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