Conocido como El Guayabero, aquel flaco, alto, pero nervudo, siempre con su sombrero adornando su cabeza, era uno de las personalidades de la cultura más queridas de esa provincia en el oriente de la isla.
Seguro que este 4 de junio, cuando se celebra el natalicio (1911-2007) del Rey del doble sentido, como lo llamaban los trovadores, sus compatriotas de la Ciudad de los Parques lo recordaran, en especial en la céntrica Casa de la Trova que lleva su nombre.
«El doble sentido lo pone usted. Yo digo una cosa y usted piensa otra. Lo que está pensando yo no lo puedo decir. Es a usted al que le gusta pensar otra cosa de lo que yo digo”, nos dijo aquel día de mayo de 2005, poco más de un año antes de su fallecimiento.
Hombre sencillo, El Guayabero es uno de los artistas más queridos por el público y los humoristas de toda Cuba, de ahí que le fuera conferido el Premio Nacional de Humorismo en el año 2002.
El negro de quijotesca figura es autor de sabrosos sones y guarachas, que algunos no creerían salidos de la imaginación de un músico autodidacta que a los 15 años comenzó a tocar las maracas y a hacer coro con el Septeto Tropical.
Caballero andante con su guitarra al brazo, llevó su gracia y su música a los más disímiles puntos de la geografía cubana.
Apasionado por las mujeres, a las que consideró una de sus principales fuentes de inspiración de su Son montuno, el autor de la popular Marieta, y de En Guayabero —que le dio el apodo—, entre muchos otros temas famosos, nos comentó que «le gusta hacer que la gente se divierta», sin comulgar con la chabacanería.
Con una sordera que lo siguió al ritmo del almanaque — pero que no le impidió continuar cantando— y padeciendo «algunos achaques propios de la vejez», el popular compositor dedicó más de 70 años a la música.
Faustino Oramas fue la síntesis del «típico jodedor cubano», como llaman en este país a esas personas agraciadas que siempre tienen a punta de labio una frase o un refrán simpático, ocurrente, para las más disímiles circunstancias de la vida.
Sin embargo, son pocos los que pueden asegurar que lo vieron sonreír en alguno de sus conciertos. Y esa también era parte de su gracia: detrás de cada palabra, en sus canciones se podrían encontrar las más diversas lecturas.
-¿Sus temas surgen a partir de vivencias personales o salen de historias que suceden a otras personas?
-Algunas sí me han pasado; por ahí uno se inspira y sale el numerito. Otras me las cuentan los amigos, la gente. Después el número llega al público, y si gusta, entonces está hecho.
-¿No ha tenido problemas por los textos, gente que se haya ofendido, por ejemplo?
-Un día con un guardia rural en un carnaval en la provincia de Santiago de Cuba. Dijo que yo estaba cantando relajos. Estaba descargando en una tarima cuando viene abriéndose paso por el público un teniente y me dice que no puedo seguir cantando relajo. “Relajo, qué relajo”, le dije yo. «Eso que está cantando es relajo», repitió.
«Le pedí que subiera a la tarima. Él lo hizo, le di un lapicero y un papel para que apuntara. Me ordenó que cantara lo mismo que había terminado de cantar. Le dije: «bueno». Y canté, mientras apuntaba: «Yo vi allá en Santa Lucía, bañarse en un arroyo —anote ahí— a una vieja que tenía cuatro pelitos en el moño.
«Entonces le pregunté si dudaba de lo que había escrito: “porque no puede dudar de mí. Si puso otra cosa es asunto suyo”. El público comenzó a chiflar y tuvo que irse.
«No crea, me han pasado algunas boberías como esa. En un carnaval en Gibara canté: Las mujeres de Gibara son bonitas y forman rollo, mucho polvo y colorete y no se lavan la cara. Y comenzaron a gritar que me fuera… Si no es por la policía me tiran al mar.”
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