Entre las promesas del programa de Tinubu para su mandato está la de “ejercer mano dura contra cualesquiera golpes de Estado” en alusión sesgada a los derrocamientos manu militari desde 2020 de los gobiernos de Mali, Chad, Guinea, Sudán y Burkina Faso.
En su discurso inaugural al frente de la institución, Tinubu afirmó que “la democracia es la mejor forma de gobierno”, pero admitió a renglón seguido que “(La democracia) es muy difícil de administrar”.
El orador conoce a fondo el tema ya que desde su ascenso a la primera magistratura, de su país, tormentoso por demás, debido a la impugnación de los resultados de los comicios por dos de sus oponentes y siete de los 36 estados que componen el país, tiene que enfrentar un rosario de crisis internas heredadas de mandatos anteriores.
Entre sus mayores jaquecas aparecen la actividad del grupo islamista Boko Haram, cuyo cuartel general está en el noreste nigeriano, los atracos de bandas criminales en el norte, los choques entre pastores musulmanes de la etnia fulani con granjeros cristianos y animistas por el uso de pastos y abrevaderos.
Además, están los reclamos separatistas en el sur del país, encabezados por el grupo Pueblo Indígena de Biafra (IPOB), cuyos integrantes solo en 2022 atacaron 164 instalaciones policiales y ultimaron a 175 agentes.
Todo ello sobre el telón de fondo de una corrupción administrativa que abarca a todos los sectores de la vida nacional y a la cual su antecesor en la primera magitratura nigeriana, Muhammadu Buhari, se enfrentó sin éxitos visibles.
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