Sin el aspaviento de otros momentos cuando desde Honduras o Guatemala se formaban columnas de miles de personas que iban hacia la frontera con México por Tapachula y otros cruces del sur, poco a poco el país se volvió a llenar de haitianos, venezolanos y ciudadanos de otras naciones, hasta de África, que aumentaron la presión en las vías de tránsito hacia el norte.
Miles de ellos llegaron en sigilo y ahora se dejan ver de improviso, como se observa en las escenas de los trenes de carga con sus techos y vagones abiertos colmados de personas desesperadas por llegar al borde mexicano del río Bravo, pasarlo a nado y llegar a la orilla estadounidense, desde donde son regresados casi de inmediato.
Y aunque la inmensa mayoría saben que eso es lo más probable, pero aún así ponen su dinerito en manos de los coyotes, continúan insistiendo en alcanzar la rivera y ponerse en manos de las patrullas que los tratan sin miramientos porque son las órdenes que tienen.
Sobre todo a los que hacen el intento por el tramo de Texas, con las crueles medidas del gobernador Greg Abbot.
De poco han servido los llamados y auxilios brindados por las autoridades mexicanas y las facilidades para que se acojan a las visas humanitarias de trabajo el cual tienen asegurado en el sur y sureste, pues el objetivo de la inmensa mayoría de ellos es cumplir el «sueño americano», aunque temen que sea una pesadilla.
Todos los días México devuelve a cientos de personas con la carga sentimental que ello significa, pero siempre recibe mayor cantidad desde el vecino fronterizo, casi peor que en la época de Donald Trump, se quejan los migrantes.
El peregrinar de los contingentes que engrosan hora a hora el éxodo, es lastimoso, no solo por la escenas en las que la televisión adversaria del gobierno se recrea con vídeos en los convoyes de sucios vagones de minería en los cuales viajan con una increíble esperanza superior a los peligros reales para sus vidas.
Niños, mujeres y hasta ancianos parecen personajes sacados de un estilo nuevo de vida que nadie entiende, con angustias más dolorosas que las llagas, y de los testimonios de quienes se sienten tratados como extraterrestres o seres de cuarta categoría sale el argumento base de la tragedia.
La situación demuestra que nada de lo que se ha hecho hasta ahora significa una solución al problema, y que todo es más desidia que diligencia.
Es en lo que insiste el gobierno de México cuando llama repetidamente -y lo ha vuelto a indicar en este período de sesiones en la Asamblea General de la ONU- a atacar las causas de la migración.
Pero nadie quiere meter el dedo a fondo porque ello implica aceptar la necesidad de cambiarlo todo y admitir, como dijo Alberto Fernández, presidente de Argentina, en la Cumbre del Grupo de los 77 y China en La Habana, que estamos en un cambio de época y es necesario tomarlo por los cuernos.
Ya ni las balas ni la pólvora les sirven para algo a quienes han contribuido a esta brutal crisis que parece no tener fin porque el hambre, la miseria y la desesperación causadas por la desigualdad social y económica arrancan a la gente de su terruño como los ciclones a los árboles.
Para algunos analistas en México, el dramático aumento a lo largo de la frontera entre los dos países -especialmente en San Diego, California, y las ciudades texanas de El Paso y Eagle Pass- marca un punto de inflexión después de que las cifras se desplomaran en los últimos meses, y podría crear nuevos desafíos electorales, como alerta por ejemplo La Jornada.
Sin embargo, ni siquiera el tema comicial es ya lo más importante o acuciante, sino la crisis moral y espiritual y la falta de un liderazgo con ojos de Argos que se pueda dar cuenta que el mundo está en el último tramo del camino que lo lleva a un abismo en el cual la guerra de Ucrania es una simpleza.
Como se acaba de decir en Naciones Unidas en las reuniones de Alto Nivel preparatoria de la Cumbre del Futuro, el tiempo se vence y hay que apurarse para solucionar estos problemas.
Y aunque ya es tarde todavía hay margen para que de este período 78 de la Asamblea General salgan acciones concretas que saquen de la inercia a la ONU y a los países ricos, como alertara hace unas horas el presidente Andrés Manuel López Obrador.
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