Crisol de culturas y nacionalidades, espacio de contrastes, pasar unas horas en la bella terminal turca es como asistir a un desfile de modas y tradiciones, sobre todo las vinculadas con la religión musulmana.
Mujeres de pelos y rostros resguardados por sus hiyab andan por sus pasillos de granito gris, limpios, impecables, o entre las alumbradas tiendas con productos de Dior, Swatch o Skechers, entre tantas vitrinas y marcas.
Punto de enlace intercontinental, igual andan por aquí asiáticos, la mayoría jóvenes, y no pocos europeos, italianos, franceses, alemanes, vestidos con ropa ligera, incluso en short y pullover, proclamando que van o regresan del sur, donde en esta época el frío aún no golpea.
Se ven muchos rusos, para quienes el movimiento a través del aeropuerto de Estambul se convirtió en tabla de salvación, obligados a viajar por aquí luego de que la Unión Europea le cerrara el espacio aéreo a sus aviones y suspendiera los viajes de sus líneas al gigante euroasiático.
De esa manera, y aunque no lo pretendiera, la cosmopolita urbe turca, una de las más turísticas del país, también se benefició del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, que involucró a todos los países de la región y fortaleció el tráfico aéreo por esta ruta.
Si Estambul es famoso por sus mezquitas, bazares de alfombras, especias, narguiles y otras artesanías, su principal aeropuerto internacional, a unos 15 kilómetros del centro histórico de la metrópoli, vive día a día entre sonidos, olores y colores en varios idiomas, como un gran bazar de humanidades.
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