El columnista del periódico local La Jornada señaló que la historia de los “40 bebés decapitados”, amplificada por Biden, resultó falsa y tampoco hay pruebas de decapitaciones de soldados y civiles israelíes, ni de tortura o violaciones masivas.
A su vez, sitios web como Swiss Policy Research y el judío-estadounidense Mondoweiss, reportaron que un número sustancial de muertes de militares y civiles no fueron causadas por Hamas, sino por fuego amigo.
Con independencia de lo anterior –o de si se trató de una operación de “bandera falsa” planificada durante años por la inteligencia militar israelí junto con la CIA, el Pentágono y la OTAN (de la que Israel es miembro de facto desde 2004), como sostiene Michel Chossudovsky−, los hechos del 7 de octubre marcan un punto de inflexión en el conflicto generado por la ONU al crear un país de diseño: el Estado sionista, en 1948, en la Palestina histórica, planteó Fazio.
Ya nada volverá a ser igual. La política expansionista y racista de colonización ilegal de los supremacistas judíos que integran la coalición de Benjamin Netanyahu (en particular su ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir; y el de Finanzas, Bezalel Smotrich), parece pasar a una nueva fase:
No se basará, expresó, en la política de apartheid que creó una frontera de tres mil kilómetros que, a la manera de un ‘cinturón sanitario’, rodea cada una de las ciudades y pueblos palestinos (y donde, como dijo Moshe Dayan, la “solución” para la población era seguir viviendo como “perros”), sino consiste en la exclusión total del pueblo palestino de su patria.
El jefe de Gobierno israelí señaló en enero pasado que “el pueblo judío tiene un derecho exclusivo e incuestionable a todas las áreas de la tierra de Israel”, y que promovería asentamientos en Galilea, el Néguev, el Golán, Judea y Samaria. Liderada por el partido Likud, la ultraderecha israelí ha perseguido durante años el objetivo de un gran Israel, que abarque toda la Palestina bajo mandato británico entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, incluidas Gaza y Cisjordania, recordó.
La ralentización de la operación terrestre israelí pudo tener que ver con “los tiempos” de Washington. Biden dio apoyo irrestricto a Israel y lo definió como una “inversión inteligente” que brindará “dividendos”.
Según Michael Hudson, ante el rápido colapso del “orden basado en reglas” y el progreso de un mundo multipolar y una Eurasia interconectada con Rusia, China e Irán liderando el proceso –lo que desafía la hegemonía imperial−, la respuesta de los halcones neocons es la militarización de la política estadunidense.
Para Hudson, la lucha nominal entre el pueblo palestino e Israel enmascara el intento de Estados Unidos de atacar a Siria e Irán (y aun Líbano).
Dijo que Washington necesita el petróleo iraní para mantener la supervivencia del sistema. Y agregó:
¿Es el turno de Irán? Porque no se envía una armada entera para atacar a un puñado de milicianos con cohetes artesanales. “Sin Irán no hay Hamas y no hay Hezbolá […] Ese es el eje del mal contra el mundo libre y la civilización occidental”, dijo el corrupto y genocida Netanyahu, concluyó Fazio.
mgt/lma