Frei Betto*, colaborador de Prensa Latina
Nuestra Patria Grande- la América Latina y el Caribe- registra en su historia ciclos de características semejantes en varios países. Si tomamos como base la década de 1960 encontramos un ciclo de dictaduras militares que se extendió durante la década de 1970: Brasil (1964-1985), Nicaragua (1934-1979), Paraguay (1954-1989), Bolivia (1964-1982), Chile (1973-1990), Argentina (1966-1973 y 1976-1983), Uruguay (1973-1985), Haití (1957-1986), etc.
En la década de 1980 se produjo un ciclo de redemocratización que fue testigo del fin de la dictadura en Brasil (1985) y en varios otros países. La década de 1990 estuvo marcada por un ciclo de gobiernos mesiánicos neoliberales y corruptos (Collor en Brasil, 1990-1992), Menem en Argentina (1989-1999), Fujimori en Perú (1990-2000), García Meza en Bolivia (1980-1981), Rafael Caldera en Venezuela (1969-1974), Patricio Aylwin en Chile (1990-1994), etc. En la década de 2000 tuvimos un ciclo de gobiernos progresistas: Lula y Dilma en Brasil (2003-2016), Chávez en Venezuela (2000-2006), Lugo en Paraguay (2008-2012), Mujica en Uruguay (2005-2010), Funes en El Salvador (2009-2014).
En la década de 2010 volvió un ciclo de gobiernos autoritarios: Bolsonaro en Brasil (2018-2022), Duque en Colombia (2018-2022), Giammattei en Guatemala (2020-…), Hernández en Honduras (2014-2022), etc. Ahora, en la década de 2020 hay un ciclo de resurgimiento de gobiernos progresistas: Lula en Brasil (2022), Fernández en Argentina (2019), Boric en Chile, (2022), Petro en Colombia (2022), etc.
Es innegable que al interior de nuestros países se agudizan las contradicciones. Es posible advertir, por un lado, señales inquietantes que nos exigen urgentemente la adopción de actitudes, y, por otro, señales de esperanza y liberación. Comencemos por los desafíos:
1. El surgimiento de una derecha organizada y agresivamente activa.
El mundo está hegemonizado por el capitalismo. Nuestra era podría llamarse “capitaloceno”, la era del predominio del capital sobre todos los derechos humanos. Debido al peso de China en el comercio internacional, la ocurrencia de “primaveras democráticas” (París, Egipto, Túnez, etc.) y el advenimiento de gobiernos democrático-populares, en especial en América Latina y el Caribe, la derecha se ha hecho más activa y no tiene escrúpulos en defender dictaduras, negar la ciencia y hacer la apología del uso de las armas.
2. El uso excesivo de las redes digitales como canales de diseminación de mentiras (fake news)
Las redes digitales favorecen el narcicismo y el individualismo. En las burbujas identitarias predomina la posverdad: la versión se impone al hecho y el negacionismo rechaza el diálogo.
3. El resurgimiento del fundamentalismo religioso y su articulación con la extrema derecha y la autocracia belicista
La religión es el sustrato cultural más elemental, y le habla más a la emoción que a la razón. La izquierda la ha rodeado de prejuicios, y la derecha ha sabido apropiarse de ese valor enraizado en los sentimientos populares. En nombre de Dios se justifican violencias y crímenes atroces.
4. El agravamiento de la desigualdad social, el hambre y la inseguridad alimentaria, y la precarización o “uberización” del trabajo.
La apropiación de la riqueza por una minoría se ve favorecida por los oligopolios y el sometimiento de los Estados al capital financiero. El hambre crónica afecta a casi mil millones de personas, y el triple padece inseguridad alimentaria. Con el fin de la amenaza comunista, el capitalismo no necesita hacerle concesiones a la clase trabajadora. La superexplotación se apoya en las innovaciones tecnológicas que alejan al ser humano del protagonismo productivo.
Como señales de esperanza podemos señalar:
1. El resurgimiento de gobiernos democrático-populares identificados con las causas de los pobres y los excluidos.
Como vimos antes, en esta década de 2020 hay señales evidentes, en especial en América Latina y el Caribe, de la existencia de países gobernados por fuerzas progresistas. Al mismo tiempo, hay un recalentamiento de la guerra fría entre las potencias occidentales y las orientales.
2. El fortalecimiento de los movimientos identitarios (negros, mujeres, LGTBQI+, indígenas, etc.). Crece el número de grupos poblacionales organizados a partir de sus raíces étnicas y diversidades sexuales, de género o religiosas. Al verse amenazados, el racismo y el patriarcalismo apelan a la violencia: multiplican los crímenes de feminicidio o los causados por prejuicios y discriminaciones.
3. La prioridad de la causa socioambiental
Liderado por la voz autorizada del papa Francisco, el movimiento de defensa socioambiental ha dado la alarma sobre la inminente destrucción del planeta, el calentamiento global, las catástrofes ambientales y el desamparo de amplios contingentes de pobres afectados por la crisis climática.
4. La valorización de los pueblos originarios
En todo el mundo los indígenas recuperan su autoestima y se organizan en defensa de sus territorios, su cultura, sus tradiciones religiosas y, por tanto, de la protección de los bosques y las fuentes de agua.
Tenemos que profundizar en las causas y consecuencias de esas señales. He ahí una importante tarea para nuestras Comunidades Eclesiales de Base, sindicatos, movimientos sociales, ONG y todos los espacios donde se forman militantes de la utopía libertaria.
Aunque no lleguemos a disfrutar de la cosecha, es imprescindible nuestra disposición a morir como semillas.
Rmh/fb
*Escritor brasileño y fraile dominico, conocido teólogo de la liberación. Educador popular y autor de varios libros