Según reseña el portal G1, la trayectoria de Nelson Ned D’Ávila Pinto (2 de marzo de 1947-5 de enero de 2014) fructificó en una excelente biografía de ese astro latino que murió pobre y olvidado, a los 66 años, contando solamente con el cariño de las hermanas e hijos.
Sin ambages, el periodista y guionista André Barcinski narra en el volumen la saga improbable de su vida.
El sitio describe que, «portador de enanismo, Nelson Ned nunca pasó de 1,12 metros y se agitó por la voz potente que tocaba fondo los corazones de dictadores sanguinarios, de gente humilde y de personalidades del porte de Gabriel García Márquez (1927-2014), de quienes el cantante se hizo amigo».
Asegura que, sin juicio ni moralismo, Barcinski cuenta con objetividad una historia que parecía arrancada de la enciclopedia de la música brasileña, lo que generó ola de entusiasmo con el libro Todo pasará-La vida de Nelson Ned-El Pequeño Gigante de la Canción, lanzado este mes por la editorial Companhia das Letras.
G1 elogia como el intérprete de Déjame si estoy llorando hizo dos conciertos en un solo día, el 16 de junio de 1974, en el escenario más codiciado de Nueva York (Estados Unidos), el Carnegie Hall, ambos con capacidad agotada.
También como en las décadas de 1970 y 1980 conoció el éxito en proporción mundial alcanzado por ningún otro cantante de Brasil, pero abrazó de igual manera el revés de la fama desde 1975.
Atormentado por dolores en la columna y en la cadera, el artista embarcó en las drogas lícitas recetadas por los médicos, analgésicos como la morfina y antiinflamatorios tan o más potentes que la voz del cantante, y también en las sustancias ilícitas que buscaba en la noche.
De acuerdo con el portal, bien conectado, Nelson Ned solía oler la cocaína pura de los magnates del tráfico, bebía alcohol en cantidades industriales, lo que lo hacía persona de temperamento explosivo y buscaba sexo alucinadamente fuera del matrimonio.
Barcinski evidencia en el libro la arrogancia y la paradójica generosidad del artista con la misma exención con que discurre sobre el cancionero de Ned, evaluando cada disco del astro sin idolatría, pero tampoco sin minimizar la fuerza de obra vista con prejuicio por los críticos.
La briosa voz que entonaba Júrame tenía autoestima, pero se encontraba feo y sufría por la conciencia de que conquistaba mujeres más por el poder de la fama y el dinero.
Decadente a partir de la década de 1990, en parte por priorizar los discos religiosos después de su conversión definitiva, Nelson Ned fue desapareciendo de los medios en la misma medida en que estos parecían ignorar la existencia de la estrella.
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