Bajo la conducción del director general de ese ensamble, el maestro Christian Asturrizaga, la joven virtuosa cautivó al público que repletó el Teatro Municipal de La Paz Alberto Saavedra y fue pródigo en aplausos ante su ejecución del Concierto para Violín y Orquesta en Re mayor opus 35, de Piotr Ilich Tchaikovski.
Con sus tres movimientos, la obra escrita en Clarens, Suiza, en 1878 en medio de una crisis matrimonial, está considerada como una de las más difíciles de este creador ruso.
Desde la introducción caracterizada por sus dimensiones y formas clásicas, Syed se mostró como una artista sensible y al propio tiempo profunda, capaz de transitar con maestría del carácter lírico a las transiciones anímicas y después dominar con holgura los gestos severos del segundo movimiento.
Cautivó la energía y el brillo derrochado por la artista en el movimiento final, pese a mostrar la sobriedad y la contención en la escena de quien no necesita amaneramientos para evidenciar el virtuosismo que a los 11 años la convirtió en la solista más joven de la Sinfónica Nacional de su tierra natal.
Los aplausos prolongados fueron agradecidos con un fragmento en solitario de la Partita para violín solo no.2, BWV 1004 en re menor, de Johann Sebastian Bach como bis, compositor cuya música Syed escuchó a los ocho años e influyó decisivamente para que se consagrara al estudio de la música.
De nuevo junto a la orquesta, la violinista rindió tributo a su tierra natal con la interpretación de la canción de Rafael Solano Por Amor, calificada por ella como el segundo himno nacional de su país.
Al iniciar la segunda parte del concierto, el maestro Asturrizaga agradeció al embajador de República Dominicana en Bolivia, Claudio Marte, a quien calificó de incansable promotor de la cultura y los atractivos de esa nación del Caribe.
Esa ayuda permitió a la Chuquiago iniciar la parte final de la gala con la Sinfonía número 1 (Quisqueyana) de Juan Francisco García, y continuar con Al son de los Atabales, fragmento de la Suite Folclórica, de Rafael Ignacio.
Orquestaciones sinfónicas de los merengues Compadre Pedro Juan, de Luis Alberti; Caña Brava, de Antonio Abreu, y La Bilirrubina, de Juan Luis Guerra, establecieron una fuerte comunicación con el público.
Si existió alguna preocupación en los dominicanos y otros caribeños presentes por la ausencia de una tambora garante del sabor del merengue, quedó despejada, gracias a un set de percusión integrado por el tímpani y una batería de congas y bongó, a los que con una batuta sabia Asturizaga supo sacarles la ritmática que provocó las palmadas de la sala.
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