De la redacción África y Medio Oriente de Prensa Latina
Hoy son otros actores y el escenario es la Franja de Gaza, pero el conflicto que enfrentó en 1987 a miles de niños y adolescentes a los tanques del Tzahal, del ejército sionista, en las calles persiste con nuevos mártires en el espacio árabe.
Khalil Ibrahim al Wazir, conocido como Abu Jihad, fue uno de esos conquistadores de la gloria cuando desde 1948 sufrió el exilio y se convirtió en refugiado tras la ocupación ilegal de Israel de tierras palestinas.
Creador del brazo armado Al Assifa, (El Rayo o La Tormenta), en la década de los años 50 junto con el líder Yasser Arafat diseñó la resistencia antisionista, que alcanzó una presencia notable con la Intifada, conocida como “la guerra de las piedras”.
La incesante rebeldía callejera y la acostumbrada reacción desproporcionada de Tel Aviv, ilustrada con la fotografía de un niño enfrentado a un tanque con su “tira piedras”, recorrió el mundo para vergüenza de los agresores y su aliado, Estados Unidos.
Al igual que ahora los servicios secretos israelíes tratan de descabezar la resistencia del Movimiento Hamas en la Franja, intentaron hacerlo con los asesinatos de Arafat y Al Wazir para neutralizar la rebelión.
El propósito era “abortar la resistencia y la Intifada generada por ambos a partir del 8 de diciembre de 1987 y convertida en una esencial amenaza para la potencia ocupante”, refuerza palestinalibre.org.
Fue el entonces ministro de Defensa Yizhak Rabin, devenido “paloma” en 1993, quien ordenó al jefe de la Inteligencia, Nahum Admoni, preparar de inmediato el asesinato de Abu Jihad.
Luego de una reunión con los principales jefes revolucionarios, la madrugada del 16 de abril de 1988, en pleno sagrado mes del ramadán, desembarcó en las playas tunecinas una unidad elite israelí con el fin de asesinar al jefe guerrillero.
El crimen se consumó en el hogar de la víctima en el barrio de Sidi Boa Said, y sobre el suceso Arafat subrayó: “Ellos creyeron que podían apagar la llama de la revolución y la Intifada, pero la sangre de nuestro mártir Abu Jihad, encenderá el fuego que los devastará”.
OTRO INCENDIO, IGUAL GUERRA
Ahora el teatro de operaciones es la Franja de Gaza y muchos de los combatientes palestinos son hijos de la primera Intifada, quienes no olvidan los desmanes sufridos y aún ser hostigados por la alianza sionista identificada con el más extremo fascismo.
La nueva fase del conflicto árabe-israelí, cuando se masacra a la población del enclave costero, se tortura a ciudadanos de Cisjordania y llueven las amenazas sobre Jerusalén Oriental, acrisola y consolida la lucha unida de Palestina.
Es sin dudas un momento histórico en las condiciones de cambio en un mundo que pretende revocar la obsesión colonial y convertirla en liberación real, donde queden excluidos los mitos de superioridad racial y exclusividad, estandartes de Israel.
Suman casi 21 mil muertos, en su mayoría civiles, por los ataques del Ejército sionista al territorio gazatí, contra el cual ha realizado millares de acciones ofensivas.
Un tercio de la ciudad de Gaza fue destruida o quedó inhabitable, 40 por ciento de sus viviendas están dañadas, mientras que Tel Aviv afirma poder luchar meses o derrotar a Hamas y refuerza su ofensiva con ataques aéreos y fuego artillero.
A lo largo de 75 años de establecerse el Estado de Israel, su característica más notoria consiste en ocupar territorios ajenos mediante el terror y la violencia, sin respetar los intereses de sus vecinos ni las recriminaciones de la comunidad mundial.
Durante su asedio a la Franja de Gaza, las tropas sionistas lanzaron mis de 18 mil toneladas de explosivos, incluidas bombas de racimo y de fósforo blanco, prohibidas por convenciones internacionales.
Según el sitio digital aa.com, tal cantidad de metralla equivale a 1,5 veces la potencia de la bomba lanzada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945.
Así el demonio opera en el Levante, donde demuele mezquitas e iglesias; asesina en masa ciudadanos, arrasa escuelas, hospitales y centros de refugiados; se comporta así tras invocar asuntos de seguridad para enmascarar su histeria genocida.
En un reciente informe a la prensa, el presidente de la Oficina de Medios del Gobierno en la Franja de Gaza, Salama Marouf, insistió como los ocupantes masacraron a cerca de un millar de familias civiles y violaron centros de culto.
La fuente confirmó también la muerte de 35 periodistas, 124 trabajadores de la salud y 18 integrantes del personal de la defensa civil que apoya a los equipos de rescate y auxilio, sin excluir los asesinatos a propósito perpetrado por los ocupantes.
Ese escenario justifica la rebeldía de todos los que se unen a las causas justas en un mundo donde el sionismo y sus secuaces pretenden establecer modelos de conducta a su semejanza, con la criminalidad correspondiente.
En tal combate mortal para salvar a la humanidad del desastre radica la legitimidad de la trinchera palestina, la cual con sus especificidades y matices lucha hoy por todos para conceder una opción de futuro, como lo hicieron Abu Jihad y Yasser Arafat.
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