Intrincada en la geografía merideña, con difícil acceso, muy poca bibliografía para consultar y el desconocimiento de su existencia hasta para la mayoría de los propios nacionales, la comarca deviene una leyenda plagada de fantasías e historias prácticamente inverosímiles.
Se cuenta que la comunidad de solo 18 viviendas —cifra sin poderse verificar mediante fuente oficial alguna— está ubicada en el municipio Andrés Bello, con su capital, La Azulita, que resulta el conjunto poblacional más cercano y a casi una hora de viaje, luego de atravesar escabrosos parajes y caminos de tierra.
Esa zona se convirtió, en 1983, en un Área Bajo Régimen de Administración Especial, al aprobarse la Ley Orgánica para la Orientación del Territorio, y fue declarada Pueblo Ecológico de América por conservar el 80 por ciento de sus bosques primarios.
Dos versiones existen sobre el origen de la Ciudad, una primera la ubica a finales de los años 70 y principios de los 80 del pasado siglo, cuando “cantidad de hippies” poblaron la localidad, y la otra es atribuida al abundante número de plantas de fresa en esa región de los Andes venezolanos.
Allí conviven habitantes de varias zonas del mundo que arribaron al lugar por distintos motivos, pero se podría decir que todos con el propósito de lograr la felicidad espiritual a través de una filosofía de vida en la cual el arte, la meditación, creencias y religiones se entremezclan, sin contradicciones ni ambiciones.
Hasta la comunidad llegaron personas de Hanover, Alemania; de Umea, al norte de Suecia; de la India; y venezolanos de diversas partes del país.
La localidad, dadas las características habitacionales y poblacionales, no alcanza en su conjunto la categoría de metrópoli, pero los residentes disfrutan ahora de la electricidad, el servicio telefónico celular, dicen con “señal efímera”, y del agua, que obtienen de manera ininterrumpida de una quebrada.
Para acceder a otras prestaciones, los hombres y mujeres de la Ciudad Fresita deben viajar a La Azulita, aunque algunos prefirieron recurrir a la autosustentabilidad alimentaria mediante el cultivo de frutas, vegetales y tubérculos; otros mantienen el cuerpo y la mente sana a través de la introspección, alejados todos de cualquier contaminación civilizatoria.
(Tomado de Orbe)