El mítico número 36 dejó huellas por su explosividad y talento durante la década en la que se desempeñó alrededor de la segunda almohadilla y se inmortalizó luego de guiar a los citadinos, desde el banquillo de director, a tres campeonatos nacionales en los años 2003, 2004 y 2006.
Con inteligencia, entrega, tacto y una defensa espectacular, marcó pautas en una época plagada de peloteros excepcionales y logró integrar las filas del equipo Cuba en múltiples ocasiones.
Dos medallas de oro en Campeonatos Mundiales (1976, 1978) y otro par en Juegos Centroamericanos (1978) y Panamericanos (1979), es el palmarés que dejó en las arenas foráneas un hombre que vio cercenada su carrera como jugador activo en pleno apogeo por motivos extradeportivos.
Más allá de sus títulos al mando del equipo azul, «El Rey León» caló en el corazón de los aficionados a este deporte por su poder aglutinador y por mantener siempre ondeando la bandera de la ética, el honor y la dignidad humana.
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