Igobi, cacique de esa tribu, tenía una hija llamada Naipi, tan bonita que las aguas del torrente se contenían cuando la joven en ellas se miraba.
Cuando M’Boy se dio cuenta de la fuga de Naipi y Tarobá, del clan Caigang, se puso furioso.
Penetró entonces las entrañas de la tierra y, retorciendo su cuerpo, engendró una enorme grieta, en la que se formó la gigantesca catarata.
Para vivir el amor imposible, los dos tortolitos huyeron en una canoa por el afluente, pero murieron por la maldición del reptil que hizo una grieta en la tierra, originando así Foz de Iguazú.
La región encanta por presentar a los visitantes una de las molduras naturales más bellas del planeta: las Cataratas del Iguazú.
Con 275 caídas de agua, algunas llegan a medir 90 metros de altura, la sureña ciudad brasileña Foz de Iguazú comparte con la vecina Argentina un espectáculo del abundante recurso natural líquido, incoloro e insípido, biodiversidad y deportes extremos.
Aunque casi la totalidad de los saltos que forman las cataratas queda en el lado argentino, es de la parte brasileña que se puede ver la inmensidad de las cascadas.
Dos elementos fueron fundamentales: la lava volcánica y las aguas del río Paraná, para formar este escenario, una de las Siete Maravillas de la Naturaleza (2012) y Patrimonio Natural de la Humanidad desde 1984.
Todo lo anterior es el resultado de un proceso iniciado hace 130 millones de años, cuyo último accidente geológico, que dio forma a los aludes de agua, emergió hace 200 mil calendarios.
Además de su asentamiento sobre el Acuífero Guaraní (uno de los mayores depósitos mundiales de agua subterránea), el Parque Nacional de Iguazú, creado en 1939, es considerado una de las últimas reservas forestales del Bosque Atlántico y la mayor de selva pluvial subtropical del planeta.
El arco iris es uno de los regalos más bellos de la naturaleza. Los ingredientes son simples: luz del Sol y gotas de agua. En las Cataratas del Iguazú este fenómeno embelesa a cualquier hora del día. (Tomado de Orbe)