Tras las masacres en la Franja de Gaza, la imagen de candidato duro mutó a la de salvaje e inescrupuloso, capaz de asesinar a cerca de 30 mil palestinos, la mayoría niños, mujeres y ancianos, para servir a intereses coloniales internos.
Además, el titular trata aún de satisfacer su frustración bombardeando hospitales, un crimen de lesa humanidad, aunque en su rejuego ideológico el Gobierno de Estados Unidos y sus afines no le condenen y sometan a un limbo la justicia internacional.
Fuentes del gobernante partido Likud opinan, acogidas al anonimato, que Netanyahu está acabado para presentarse a nuevas elecciones —que serían comicios anticipados tras la guerra contra el grupo de resistencia islámica Hamás.
Así evitan referirse al fiasco de no eliminar a la facción que gobierna en Gaza y ahora receptora de solidaridad desde Cisjordania y Jerusalén Este, y que para algunos muestra la unidad nacional básica para la creación del futuro Estado palestino.
Es una probabilidad basada solo en suposiciones afirmar que el líder del genocidio está subvalorado, pero sí es evidente que su posición sionista extrema afectó la mentalidad unitaria de “kibutz” y “gueto” presente en la dinámica política del país.
Para el jefe opositor Yair Lapid, la reticencia del gobernante “a unas elecciones muestra a un primer ministro incompetente que, se mire por donde se mire, perdió la confianza pública hace mucho tiempo y sigue huyendo de la responsabilidad por el mayor fracaso para el pueblo judío desde el Holocausto”.
Entre tanto, para los familiares de los rehenes de Hamás en la Franja de Gaza el hecho es más simple: Netanyahu debe renunciar.
(Tomado de Orbe)