El exgobernante laborista (1997-2007) fue nombrado «Sir» y miembro de la Orden de la Jarretera, la más antigua y de mayor rango en el Reino Unido, como parte de las condecoraciones que cada fin de año entrega la monarca para reconocer la labor de figuras de la política, la ciencia, la cultura y el deporte.
El nombramiento de Blair es rechazado, sin embargo, por el movimiento pacifista británico e internacional debido al apoyo material y político que ofreció a las guerras de agresión que lideró Estados Unidos contra Iraq y Afganistán, en nombre de una supuesta lucha contra el terrorismo.
De acuerdo con el periodista y presentador Angus Scott, quien inició la petición en la plataforma virtual Change.org, el ex primer ministro es quien menos merece ese reconocimiento por ser responsable de la muerte de innumerables civiles y militares en varios países.
Solo por eso debería ser acusado de crímenes de guerra, señala el texto que acompaña la solicitud, el cual asegura que el exgobernante causó un daño irreparable a la constitución del Reino Unido y a la sociedad británica.
Las redes sociales también se inundaron de críticas contra Blair, mientras otros internautas piden reformar o eliminar el sistema de condecoraciones reales.
El reconocido periodista y documentalista australiano-británico John Pilger aseveró, por ejemplo, que la decisión de la reina de nombrar caballero al político laborista pone de manifiesto el desprecio con que la “elite del Reino Unido trata al público.”
Para la activista política y fundadora de la coalición Stop the War Lindsay German, el título a Blair representa una “patada en los dientes” para los pueblos de Afganistán e Iraq y para los millones de personas que en el mundo denunciaron las guerras de agresión contra esos países.
La plataforma WikiLeaks señaló, a su vez, que mientras los “criminales de guerra” reciben títulos de caballería, quienes denuncian sus crímenes, como en el caso de Julian Assange, languidecen en cárceles de máxima seguridad a la espera de ser extraditados y condenados.
El fantasma de la guerra de Iraq persigue al político laborista desde que en 2016 una investigación oficial encontró que el entonces primer ministro creyó a rajatablas en las supuestas pruebas sobre el armamento en poder del presidente Saddam Hussein y aprobó el envío de tropas británicas a esa nación árabe.
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