De ese total 1,4 millones están en Polonia, 214 mil en Hungría, y le siguen Eslovaquia, Rusia, Rumanía y Moldavia, de acuerdo con estadísticas actualizadas por esa entidad de la ONU.
El éxodo sucede en medio de una campaña de desinformación implementada por Occidente para tergiversar el objetivo de la operación militar especial que Rusia desplegó en el Donbass con el objetivo de inutilizar la infraestructura bélica y desnazificar a la vecina nación.
Además, el Kremlin argumentó la necesidad de proteger a la población de las autoproclamadas de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, víctimas desde 2014 del ataque indiscriminado del Ejército de Kiev, apoyado por grupos ultranacionalistas y neonazis como Azov, Pravi Sektor, entre otros, causantes de más de 13 mil muertos en los últimos ocho años, según la Organización de Naciones Unidas.
A estas cifras se suma un número no confirmado de desplazados internos en territorio ucraniano, que en los primeros días del conflicto se cifraba en más de un millón de personas.
La actual crisis migratoria es la peor que vive Europa desde la Segunda Guerra Mundial, según analistas.
El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, pidió días atrás apoyar con «más fondos, más capacidad de acogida, más alimentos y más recursos educativos» a las naciones de destino ante el “importante flujo que se prevé”.
En ese contexto la escalada de sanciones contra Moscú aumenta, la solución pacífica, reclamada por la comunidad internacional, parece distante, y el éxodo de refugiados escala cifras sin precedentes.
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