El mes pasado fueron 199 kilómetros cuadrados de devastación, de acuerdo con mediciones realizadas por el Sistema de Detección de Deforestación en Tiempo Real (Deter).
Febrero siguió la tendencia de enero que también impuso marca para alertas de devastación desde hace seis años, cuando se inició el monitoreo.
El comienzo del calendario es también el peor de la serie histórica del INPE. Al sumar enero y febrero son 629 km², superando lo registrado en 2020: 470 km² (récord hasta entonces).
Para Rômulo Batista, portavoz de Greenpeace Brasil en la Amazonia, las marcas batidas en enero y febrero demuestran que la deforestación en la Amazonia está fuera de control.
Recuerda que es un periodo en el que la destrucción suele ser menor por la temporada de lluvias en la región.
«Entre las principales causas que podemos tener para este aumento continuo está la falta de una política ambiental del Gobierno Federal, que ha dejado de invertir en acciones de inspección y control”, denuncia Batista.
Y también, agregó, el Congreso Nacional que aprobó o intenta sancionar leyes que abrirán el bosque a una catástrofe aún mayor.
Deter produce señales diarias de los cambios en la cubierta forestal para zonas de más de tres hectáreas (0,03 km²), tanto para las totalmente deforestadas como para las que sufren procesos de degradación forestal (debido a la exploración de madera, la minería, la quema y otros).
A la llamada Amazonia Legal corresponde al 59 por ciento del territorio brasileño y abarca el área de ocho estados (Acre, Amapá, Amazonas, Mato Grosso, Pará, Rondônia, Roraima y Tocantins) y parte de Maranhão.
Mato Grosso fue la división territorial con la mayor superficie bajo alerta de deforestación: 78 km². Le siguen Pará (49), Amazonas (40) y Rondonia (23).
El gigante suramericano enfrenta una intensa presión internacional, encabezada por Estados Unidos, para que frene la destrucción de la mayor selva tropical del mundo, la cual desempeña un papel clave en el cambio climático.
La deforestación es la mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero en Brasil, que contribuyen al calentamiento global, y la preservación de la floresta resulta absolutamente crucial para el mantenimiento de los procesos biológicos y climáticos que traen la lluvia a las regiones del medio oeste y el sudeste.
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