Cuentan por estos lares que cuando en 1696 una epidemia de peste se desató en la ciudad, la figura sagrada hizo el milagro de curar a los enfermos y así comenzó la devoción popular.
Aunque cada año es llevada en procesión, la advocación de Jesucristo reverenciada el Miércoles Santo en la basílica de Santa Teresa, nadie podría imaginar que -una vez más- su venerado santo saldría a recorrer la capital, en medio de estrictas medidas de bioseguridad debido al azote de la Covid-19.
Custodiado esta vez por las fuerzas de seguridad, el Nazareno de San Pablo se pasea este día por las principales parroquias de la ciudad capital, mientras desde sus balcones o en sus casas los feligreses piden, al igual que hace 325 años, que el milagro se haga realidad.
Por segundo año consecutivo los fieles mantienen intacta su fe y ajustan sus acostumbradas promesas a los protocolos sanitarios establecidos por la Comisión Presidencial para el Control y la Prevención, pagando sus pedidos desde la intimidad de sus hogares.
En una ruta de ocho puntos en Caracas y Miranda, con un despliegue de mil 880 funcionarios, la imagen se pasea sobre un auto, mientras algunos feligreses acompañan la procesión desde sus automóviles.
Refieren los cronistas de la época que cuando la peste del vómito negro o escorbuto llegó a Caracas aquel año de 1696 la cantidad de enfermos se multiplicó, en tal proporción que ni las iglesias daban abasto para enterrar a los muertos, mientras el miedo mantenía en vilo a los ciudadanos.
En medio de aquel escenario, laicos y religiosos se unieron en oración para implorar a Dios la salvación y decidieron sacar en procesión solemne la figura del santo, la cual había llegado a la ciudad en el año 1674 y era venerada en la capilla San Pablo el Ermitaño, al que debe su nombre.
El recorrido partió de lo que hoy se conoce como el Teatro Municipal de Caracas (donde se ubicaba la iglesia) hacia el centro de la ciudad, y al pasar por una esquina donde había un limonero, la cruz tropezó y en su corona de espinas quedaron enredadas varias ramas, los frutos cayeron al suelo, lo cual fue para algunos un mensaje divino, y comenzaron a hacer limonadas y cesó la epidemia.
De allí en adelante la esquina fue bautizada como la de Miracielos y el árbol como el Limonero del Señor, el supuesto milagro sirvió para intensificar la devoción de los feligreses y convertir al Nazareno en el protagonista de la Pascua venezolana.
Tanta fue la notoriedad que fray González de Acuña decretó el Miércoles Santo como el día para su veneración, tradición que se mantiene arraigada en la costumbre venezolana y que congrega cada año a miles de creyentes en la Basílica de Santa Teresa.
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