Aunque el anuncio oficial del recorrido del funcionario aludió a la intención de reforzar los lazos de Washington con el continente, resultó evidente la intención de contrarrestar los efectos del itinerario por la misma zona del canciller ruso, Serguéi Lavrov, apenas unas semanas antes.
Lavrov visitó Egipto, Etiopía, Uganda y República Democrática del Congo (RDC) y concertó acuerdos de cooperación sobre el favorable telón de fondo de la mayoritaria negativa africana a escuchar la intervención del presidente ucraniano, Vladimir Zelensky, ante la cumbre de la Unión Africana de fines de junio pasado.
Poco antes de emprender camino, Lavrov recordó en entrevista con la televisión rusa que la extinta Unión Soviética fue un apoyo firme a la descolonización de África, en contraste con el apoyo estadounidense a las metrópolis europeas, todas miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
El funcionario estadounidense hizo una primera escala en Sudáfrica para recabar apoyo a la estrategia de su país sobre Ucrania contra Rusia, pero solo consiguió que su homóloga del país austral le recordara que los palestinos, al igual que los ucranianos, “merecen su territorio y su libertad”.
La afirmación evidenció que Sudáfrica tiene presente que Estados Unidos apoyó hasta último momento al régimen de minoría blanca y que su aliado estratégico en Levante, Israel, tuvo una cooperación estrecha con el extinto gobierno minoritario blanco.
El nexo entre la Pretoria del apartheid y Tel Aviv incluyó la colaboración nuclear, denunciada por Nelson Mandela, el primer presidente negro del país, quien la suspendió tan pronto asumió el cargo.
Años después del deceso del régimen racista sudafricano es común ver en las consignas de manifestantes contra la ocupación militar de Cisjordania y las frecuentes agresiones militares contra la Franja de Gaza, pancartas que acusan al gobierno israelí de implantar el apartheid en esos territorios palestinos.
En sus estancias en República Democrática del Congo y Ruanda, Blinken trató de elaborar una fórmula salomónica sobre el conflicto entre ambos estados africanos colindantes por los alegados respectivos apoyos a movimientos hutus y tutsis que operan en el noreste de ese país.
Durante la rueda de prensa con su anfitrión congoleño Blinken repartió la culpa a raciones iguales cuando afirmó que “hay informes creíbles de apoyo de todas las partes a los grupos armados (…) Nuestra postura es clara, quienquiera que sea, (ese respaldo) a cualquier grupo armado debe cesar”.
El juicio fue reutilizado de manera textual durante su entrevista con el canciller ruandés, Vincent Biruta, quien respondió que “lo que el gobierno de Ruanda pueda hacer en la República Democrática del Congo (…) será para apoyar a nuestro pueblo y nuestra integridad territorial».
En resumen, la crisis permanece inerte y la tibieza estadounidense no satisfizo a ninguna de las partes, como suele ocurrir en estos casos.
En el noreste de la RDC operan los movimientos armados M23, integrados, el primero por miembros de la etnia tutsi; y el Frente Democrático para la Liberación de Ruanda, por hutus, remanentes del genocidio ocurrido en Ruanda a mediados de 1994.
Por si fuera poco, en África aun resuenan las palabras del exmandatario estadounidense Donald Trump, quien calificó a los estados africanos de “países letrina» y las cancillerías africanas saben de la continuidad de la política exterior de Washington, sean republicanos o demócratas quienes ocupen la Casa Blanca.
Por ello y en aras de la objetividad es preciso entender que, con esos antecedentes, las gestiones de Blinken nacieron condenadas al aborto. mgt/msl