El jueves pasado, un hombre de Ohio de 42 años, identificado como Ricky W. Shiffer, se presentó en la oficina del FBI en Cincinnati con un rifle estilo AR-15 y posteriormente fue abatido a tiros tras disparar varias veces contra la policía durante un enfrentamiento.
Según un artículo del diario The New York Times, no hay pruebas de lo que impulsó al atacante, pero las publicaciones de Shiffer en las redes sociales revelaron que estaba lleno de rabia, entre otras cosas, por el registro a la residencia del exmandatario republicano en Mar-a-Lago, y quería vengarse.
Coincidentemente, Trump había lanzado antes un mensaje en Truth Social, su actual plataforma, en el cual señalaba que «la violencia no es (todo) terrorismo» y más adelante lanzó el puntillazo: «Maten al FBI a la vista».
En el año y medio transcurrido desde que una turba pro-Trump irrumpió en el Capitolio federal, las amenazas de violencia política y los ataques reales se han convertido en una realidad constante de la vida estadounidense, afirmó el rotativo neoyorquino.
Las intimidaciones afectan a funcionarios de consejos escolares, trabajadores electorales, auxiliares de vuelo, bibliotecarios e incluso miembros del Congreso, a menudo con pocos titulares y poca reacción de los políticos, indicó el reporte del periódico.
Recordó que, a finales de junio, una exmarine renunció participar en un desfile por el 4 de julio en Houston tras un aluvión de coacciones centradas en su apoyo a los derechos de los transexuales.
Unas semanas más tarde, el alcalde homosexual de una ciudad de Oklahoma dimitió a su cargo tras lo que describió como una serie de «amenazas y ataques que rozaban la violencia».
Incluso el juez federal que autorizó la orden de registro de material clasificado en Mar-a-Lago, la casa y el club de playa de Trump, se convirtió en un objetivo, añadió el Times.
En los mensajes pro-Trump en Internet, se emitieron varias amenazas contra él y su familia, y una persona escribió: «Veo una soga alrededor de su cuello».
Aunque este cúmulo de sucesos puede parecer dispar, al ocurrir en diferentes momentos y lugares y a diferentes tipos de personas, los académicos que estudian la violencia política señalan un hilo conductor: el mayor uso de un lenguaje belicoso, deshumanizado y apocalíptico, apuntó el diario.
Tal retórica se asocia especialmente a figuras prominentes de la política y los medios de comunicación de derecha.
Tras el registro en Mar-a-Lago muchos de ellos no solo plantearon exigencias de desmantelar el FBI, sino también lanzaron advertencias de que la acción había desencadenado la «guerra».
Pero ante del suceso, algunos de los partidarios más ruidosos de Trump sugirieron que el país ya estaba envuelto en un choque del fin de los tiempos entre enemigos irreconciliables, argumentó The New York Times.
«Esta es realmente una batalla entre los que quieren salvar a Estados Unidos y los que quieren destruirlo», dijo Kari Lake, la candidata republicana a la gobernación de Arizona, a la multitud en la Conferencia de Acción Política Conservadora en Dallas a principios de agosto.
Luego del allanamiento a la mansión de Trump, la propia Lake declaró que «el gobierno está podrido hasta la médula. Estos tiranos no se detendrán ante nada para silenciar a los patriotas que están trabajando duro para salvar a Estados Unidos» y que si lo aceptaban «América está muerta».
Estudios recientes arrojan que el uso de la violencia no es exclusiva de la derecha, se extiende y la justifican en sectores de otras tendencias ideológicas.
Para expertos, si bien el apoyo a la violencia política se duplicó entre los republicanos cuando Trump asumió el cargo, también aumentó (más lentamente) entre los demócratas.
Estadísticas del FBI confirman que hay unas dos mil 700 investigaciones abiertas sobre terrorismo doméstico -una cifra que se duplicó desde la primavera de 2020- y eso no refiere incidentes menores, pero aún graves.
El año pasado, las amenazas contra miembros del Congreso alcanzaron la cifra récord de nueve mil 600, de acuerdo con datos de la Policía del Capitolio. oda/dfm