La calle Prado fue la primera asfaltada en la capital, de ahí que los automóviles recorrieran sus paseos a comienzos del siglo XX; sin embargo, al construirse el imponente Capitolio— un metro más ancho, más largo y más alto que el de Washington— la avenida cedió parte de sus terrenos a la nueva edificación.
Una vez concluido ese símbolo de la arquitectura cubana, su majestuosa cúpula, era divisada en extremos apartados de la metrópoli e, incluso, desde una distancia superior a las 20 millas mar afuera.
Junto a la luz del faro del Castillo del Morro, su linterna con cinco grandes reflectores giratorios enseñoreó la mayor distancia fuera de las costas habaneras y en 2019, con motivo de los 5 siglos de la ciudad, sus lámparas iluminaron nuevamente el cielo de la nación caribeña.
Unido a la incuestionable valía de sus diseños y materiales, el Capitolio despertó mitos, folclore y leyendas, transmitidos de una generación a otra. Sucesos como la desaparición de su diamante de 24 o 25 quilates, en dependencia de la literatura consultada, resultan páginas de una historia de misterios e imaginario popular.
Cuentan que la mencionada joya perteneció al último zar de Rusia, Nicolás II y, luego de la Primera Guerra Mundial, llegó a La Habana gracias al joyero turco Issac Estefano quien, posteriormente, se la vendió a los arquitectos del emblemático monumento.
Ese diamante que engalanó el Salón de los Pasos Perdidos, cumplía la función de dividir en dos el sitio y marcar el kilómetro cero de la Carretera Central, justo como el célebre Arco de Triunfo de París o la aguja del Capitolio de Washington, desde donde arrancaba el sistema vial del este.
No obstante, algunos pensaban que estaba maldito, curaba a los enfermos o era custodiado por la mismísima María Antonieta de Francia; otros aún no se explican cómo después de su robo en marzo de 1946, llegara al despacho del entonces presidente cubano, Ramón Grau San Martín, catorce meses después.
En la actualidad, los visitantes solo admiran su réplica, génesis de un recorrido por el remozado escenario, tras casi una década de restauración, y descubren relevantes y complejos decorados, jardines, paseos, aceras, bancadas y un centenar de farolas.
Patrimonio y memoria histórica confluyen en sus monumentos: desde la gran escultura de la República, obra del artista italiano Angelo Zanelli, hasta el Mausoleo del Mambí Desconocido, rodeado de todas las banderas del continente y de aquellas cuyos países fueron solidarios con Cuba durante las luchas por su independencia en el siglo XIX.
Los majestuosos salones del Capitolio, construido en sólo tres años y 50 días, muestran nombres representativos del contexto latinoamericano y motivos de la arquitectura, diseño, adornos y mueblería de varias naciones del orbe.
En espacios como Baire, Baraguá, Simón Bolívar, la Biblioteca José Martí y el hemiciclo norte, Camilo Cienfuegos— en otra época ocupado por la Cámara de Representantes—se exhiben colecciones de cristales, vajillas y cubertería, las constituciones cubanas y la bandera de Carlos Manuel de Céspedes..
Junto al Capitolio, engalanan el paisaje urbanístico: el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, los hoteles Inglaterra y Plaza, el Cine Payret y otros emblemas citadinos que confieren a la capital cubana valores turísticos, culturales y tradicionales.
leg/dgh