Al verlas volar plácidamente por algunas zonas del este capitalino, esta casta de psitácidos – integrada por cotorras, papagayos, loros y otros – llama la atención de expertos y de recién llegados a Venezuela.
Contrasta, a primera vista, el bullicio del claxon de ómnibus, autos y motos, que se aglomeran en las principales vías, y su apacible vuelo que domina en el cielo frente al de otras especies.
La versión más aceptada de su llegada a la ciudad, aunque nadie sabe determinar con exactitud cuándo se produjo, fue que arribaron producto del tráfico ilegal de aves y que pudieron escapar de dónde las tenían los coleccionistas.
Salidas de su entorno natural, hoy comparten el espacio con los habitantes de Caracas y son alimentadas desde los balcones y ventanas de los altos edificios con plátanos, galletas, pan, cremas y leche… nada que ver con las semillas, frutas y nueces afines a su naturaleza.
En la capital venezolana existían el pasado año, según los estimados de investigadores, unas 400 guacamayas, densidad superior a las existentes en su entorno natural, donde cada vez quedan menos especies de su tipo, en tanto otras ya se extinguieron.
Las más comunes en Caracas ostentan en su vistoso tamaño de entre 70 y 75 centímetros, los colores azul y amarillo (Ara araurana), rojo y verde (Ara chloropterus), amarilla, azul y roja (Ara macao) y otras más pequeñas, de plumaje verde y con alas llenas de destellos rojos y azules (Ara severus).
Con historias que datan de siglos, los psitácidos adquirieron popularidad tras la llegada de Cristóbal Colón a América: el almirante extrajo esas especies para llevarlas a Europa convertidas en botín, entre ellas, loros y guacamayas.
La historiografía reconoce que en Venezuela, los nativos las tenían como mascotas antes de la llegada del genovés y luego, la convirtieron en vigilantes para alertar de la presencia de intrusos con su típico garrir (gritar), aunque dicen que pueden reconocer unas 30 palabras y vivir hasta 50 años.
(Tomado de Orbe)