Por Julio Yao
Analista internacional, exasesor de política exterior del canciller panameño Juan Antonio Tack (1972-1977) y colaborador de Prensa Latina
En pocas décadas, China se convirtió en una gran potencia, cuyo ejemplar respeto al Derecho Internacional es una clara demostración del liderazgo en la comunidad de naciones. Una política exterior de paz, amistad, cooperación y no intervención es el imán que hará posible el objetivo de una humanidad compartida y segura.
El mundo actual se encuentra asediado, sacudido y jamaqueado por las agresiones promovidas por Estados Unidos, que mantiene en zozobra a la humanidad por sus intereses mezquinos. Para el gendarme hegemónico, la soberanía es un mito; la democracia, una falacia engañabobos y la prosperidad, una engañifa.
El socialismo con peculiaridades chinas es una respuesta de la historia de su pueblo, oprimido y humillado después de ser por dos mil años el primer país del mundo sin haber sido jamás su opresor.
El rejuvenecimiento de China, después del “Siglo de la Humillación” y la “Reforma y Apertura”, es su revitalización en esta era, así como la reconfirmación de un socialismo profundo.
Como lo afirma su presidente Xi Jinping, es preciso buscar la verdad en los hechos, y es esta premisa la que permitió estudiar -valga el ejemplo- la extrema pobreza a lo largo y ancho del país para erradicarla y garantizar a la nación “una vida modestamente acomodada”.
El mundo se encuentra atenazado por los intereses mezquinos de Washington, que somete, subyuga y destruye a innumerables pueblos y para el que la democracia es una bandera falsa; la igualdad de oportunidades, una quimera, y la libertad, una ilusión.
EN LA BÚSQUEDA DE PROSPERIDAD
China busca la prosperidad, más no a costa de los pobres; propicia la riqueza pero la aleja del poder político; castiga la corrupción en todos los niveles como una extracción o robo de los bienes de toda la sociedad, e impide que se instaure una dominación de clase como en el pasado.
En la ortodoxia neoliberal de Occidente, los términos de referencia para medir la calidad del Estado nacional son conceptos amañados e hiperinflados como “democracia”, “derechos humanos” y “libertad”.
Pero han sido estas palabrejas las que han mantenido como hipnotizados a nuestros pueblos, impotentes para evitar el robo de sus riquezas y el aplastamiento de su dignidad.
Si la gobernanza se midiera por la capacidad de satisfacer las necesidades del pueblo, incluida su autonomía, China sería “el mejor gobierno del mundo”, como sostiene Rafael Poch, corresponsal catalán en China, Rusia y Alemania.
En China, el poder político nombra a los banqueros, impide los excesos de los millonarios, castiga la corrupción, y planifica el desarrollo armónico y la política demográfica.
El XX Congreso del PCCh lo comprueba. Es el partido más grande del mundo, con más de 92 millones. Se escogen a 2,296 nuevos delegados, la mayoría de los cuales está por debajo de 55 años de edad. De éstos, el 60 por ciento tiene posgrado, y el resto, licenciatura.
En China, desde antes que existiera el PCCh, la política dominaba a la economía, legado del Imperio del Centro. No como en Occidente, donde el mercado determina la política. En China, el poder político regula, da forma y condiciona la formación de las clases.
No tienen en China los cinturones de miseria que normalmente rodean las ciudades de Occidente, y ello es producto de la urbanización planificada del campo y la ciudad.
Para el país más poblado y multicultural del planeta, no faltarán dificultades, retos y zonas opacas. Pero, como en la Caverna de Platón, el claroscuro es el anuncio de la luz.
arb/jy