Durante los días 9 y 10 de febrero, sus líderes discutieron un conjunto de problemas polémicos para la alianza en estos momentos, ninguno de los cuales se podría simplemente resolver de una forma más o menos aceptable para todos.
La reforma de la política de inmigración lleva años estancada y no existían motivos para que las capitales europeas se pusieran de acuerdo sobre el creciente flujo de inmigrantes.
El segundo tema, no menos complicado, fue el subsidio de las llamadas empresas verdes, las cuales pierden en competencia con sus pares estadounidenses y chinas, generosamente alimentadas por sus gobiernos.
Con respecto a ellas, no se llegó a un acuerdo sobre si agregar dinero a la industria o no, y el Grupo de los 27 solo pudo ofrecer compromisos a largo plazo.
El tercer asunto clave del Congreso de los líderes europeos fue la asistencia militar a Ucrania, que estuvo representada personalmente en Bruselas por el presidente Vladimir Zelensky, y las sanciones antirrusas.
Los funcionarios de Bruselas saludaron como a un héroe al visitante ucraniano, quien vino a pedir más dinero y armas, esta vez aviones de combate y misiles con un mayor alcance que los obtenidos anteriormente.
Sin embargo, la reunión careció de una unidad completa de posiciones, pues de acuerdo con medios europeos hubo advertencias de que una división cada vez más profunda entre los países de la UE sería un supuesto triunfo para el enemigo, y esto, según Bruselas, no se puede permitir.
En ella, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, trató de convencer a sus colegas de las nefastas consecuencias de proseguir con la actual política guerrerista de la comunidad para la región y en particular para su país, pero, aparentemente, no todos lo escucharon.
Por su parte, mientras la jefa de Gobierno de Estonia, Kaja Kallas, quien no pierde la esperanza de asumir el cargo de jefa de la OTAN en el futuro, pedía capitales europeos para enviar armas y municiones a Ucrania, el presidente búlgaro, Rumen Radev, demandaba la paz en esa nación.
Contrariamente a una decisión anterior del parlamento búlgaro, el Presidente se pronunció en contra del envío de armas a Ucrania, pues según él, tales suministros deberían equipararse a apagar un incendio con gasolina.
Uno de los resultados clave de la cumbre fue el acuerdo sobre una declaración referida a medidas para controlar los precios del gas.
Los participantes de la cumbre decidieron que es necesario acelerar e intensificar la adopción de acciones para reducir la demanda de recursos energéticos en la región, garantizar la seguridad del suministro, evitar el racionamiento del consumo y asegurar la reducción de sus precios.
Un conjunto concreto de medidas energéticas adicionales, como se informó, ahora deberá ser presentado por el Consejo de la UE (es decir, los ministros relevantes de los países del bloque) y la Comisión Europea.
Con esos objetivos, el regulador europeo propuso lanzar un nuevo punto de referencia para el producto natural licuado, un precio máximo y compras conjuntas obligatorias de combustible para las empresas europeas.
De acuerdo con analistas, el tema fue de gran actualidad durante estos dos días, al tener en cuenta la crisis económica reinante en la gran mayoría de los países miembros.
Al finalizar la cumbre, los líderes europeos se tomaron fotos junto al mandatario ucraniano, estrecharon manos, intercambiaron palmadas en el hombro, pero se abstuvieron de hacer promesas específicas.
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