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Cine brasileño, más allá de la samba y el fútbol

Brasilia (Prensa Latina) Películas como Ciudad de Dios (2002), de Fernando Meirelles, Estación Central (1998), de Walter Salles, y el Sonido vecino (2013), de Kleber Mendonça hijo, colocaron a productos audiovisuales brasileños en el pedestal de otros consagrados con factura internacional.

Pese a la popularidad de estas consideradas joyas de la historia del cine nacional, con dos nominadas a los premios Óscar, el cine en el país enfrentó innumerables dificultades e, incluso, estuvo próximo a la extinción.

Historiadores indican que en 1887 se creó el primer cine abierto al público en Río de Janeiro por iniciativa de los hermanos italianos Paschoal Segreto y Affonso Segreto.

Uno de los problemas iniciales de la producción cinematográfica fue la falta de electricidad, que solo se resolvió en 1907.

Al principio, las películas eran de naturaleza documental. En 1908, el cineasta luso-brasileño António Leal presentó Os Estranguladores, considerado el primer filme de ficción brasileño, con 40 minutos de duración.

Seis años más tarde se proyectó el primer largometraje producido nacionalmente por el portugués Francisco Santos, titulado El crimen de los bañados.

No obstante, después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), hubo una crisis cinematográfica dominada hasta el momento por realizaciones al estilo de Hollywood.

Durante las décadas de 1920 (Brasil, mayor importador de películas estadounidenses), 1930, 1940 y 1950, el cine alcanzó notable expansión con las publicaciones de las revistas Para Todos, Selecta y Cinearte.

Por esos años aparecieron muchos filmes cómico-musicales de bajo presupuesto. El largometraje O Cangaceiro (1953) se convirtió en el primero doméstico que ganaba en el Festival de Cannes.

CONTRA EL «EMPOBRECIMIENTO INTELECTUAL»

Con mirada crítica hacia la sociedad, el revolucionario Cinema Novo brotó y se consolidó en la década de 1960, centrado en temas políticos y sociales.

De ese movimiento se destacaron las producciones del cineasta, escritor y actor Glauber Rocha: Dios y el Diablo en la Tierra del Sol (1964) y El Dragón del Mal contra el Guerrero Sagrado (1968).

En ese momento, los jóvenes que trabajaban en el séptimo arte creían que era necesario luchar contra el «empobrecimiento intelectual» de los brasileños, teniendo como arma una propuesta estética con contenido, más cercana a la realidad.

A principios de 1970, el Cinema Novo empezó a perder fuerza por la denominada Pornochanchada, una producción popular que explotaba con humor y leve erotismo la sexualidad brasileña, y que llevó al público a las salas a reírse y divertirse. Doña Flor y sus dos maridos (1976), de Bruno Barreto, superó los 11 millones de espectadores en la época.

En la década de 1980 creció la necesidad de hacer cine para el exterior. La apertura política del periodo favorecía la discusión de temas (tortura) hasta entonces inéditos como Avante Brasil, de Roberto Farías. El cine nacional empezó a perder ritmo, lo que reforzó la presentación de producciones foráneas.

Durante calendarios siguientes, las producciones cinematográficas brasileñas casi se limitaron a temas infantojuveniles.

Con la llegada al poder de Fernando Collor de Mello (15 de marzo de 1990), la crisis se agravó. Además de las privatizaciones, se extinguió el Ministerio de Cultura y se diluyeron empresas como Embrafilme y Concine, y la Fundación del Cine Brasileño.

PRODUCCIÓN CINEMATOGRÁFICA CRECE

Tres años después se retomó la producción nacional a través del Programa Banespa de Incentivo a la Industria Cinematográfica y del Premio Rescate Cine Brasileño, instituido por el Ministerio de Cultura.

Los directores pasaron a recibir financiación para producir y comercializar las películas. Este período se conoció como «La Reanudación». Desde entonces, la producción cinematográfica creció y se realizaron festivales en el país. También se creó la Secretaría de Desarrollo del Audiovisual y se aplicó la Ley del Audiovisual.

«El cine brasileño tuvo grandes avances en los gobiernos de izquierda que creían en la diversidad, en la identidad cultural, y que lo más importante era hacer películas centradas en temas de interés para Brasil», afirmó a Prensa Latina la cineasta, historiadora y máster en Artes Visuales Lucila Meirelles, realizadora del filme experimental Criaturas autistas, entre otros.

Recalcó que «la evolución del cine brasileño ocurrió con este tipo de administración que siempre abrió varios frentes de producción y distribución y fomentó la cultura brasileña».

En 1995, el cine comenzó a salir de la crisis con la producción de Carlota Joaquina, Princesa de Brasil (1994) de Carla Camurati, la primera película realizada en el marco del derecho audiovisual.

Merecen además mención especial las producciones O Quatrilho (1995), de Fábio Barreto, y O Que é Isso Companheiro (¿Qué es eso compañero? (1997), por Bruno Barreto.

Al respecto, el reconocido productor de cine Jair Neto precisó que «el apoyo de patrocinadores resultó importante en este período y el aumento de la demanda se hizo evidente a mediados de 2010, cuando se creó el Fondo del Sector Audiovisual y la Cuota de la Pantalla, que destina un mínimo del 40 por ciento de la programación a contenido nacional».

Neto explicó a Prensa Latina que por lo anterior «aumentó el número de convocatorias, productores y directores, y diversos tipos de proyectos audiovisuales, los cuales se abrieron como nuevos campos de acción (por ejemplo: series de televisión, reality shows, programas de entrevistas, documentales, entre otros)».

A principios del siglo XXI, el cine brasileño volvió a ser reconocido en el escenario mundial, con varias películas nominadas a festivales y premios Óscar. Resultaron valoradas Carandiru (2003), de Héctor Babenco; Escuadrón de Élite (2007), de José Padilha; y Mientras la noche no llega (2009), de Beto Souza y Renato Falcão. La producción de Anna Muylaert, ¿A qué hora ella vuelve? (2015), también tuvo éxito.

Otros filmes premiados recientemente en distintos certámenes son Bacurau, de Kléber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, y La Vida Invisible, de Karim Aïnouz.

LA PANDEMIA

Con la llegada de la pandemia de Covid-19 a Brasil en marzo de 2020 hubo casi una parálisis total de la vida nacional. El sector cinematográfico y audiovisual no pudo ser diferente. Por vez primera en su historia, la poderosa Rede Globo se vio obligada a poner pausa en las grabaciones de sus famosas telenovelas.

Entre las medidas para frenar el avance de la enfermedad figuró el cierre de salas de cine, y películas brasileñas que tenían programadas fechas de estreno, tuvieron que ser pospuestas indefinidamente.

Junto a otros filmes, el tan esperado Marighella, dirigido por Wagner Moura, aparecía entre los pendientes, pese a registrar un largo camino por festivales internacionales en 2019. Su debut en territorio nacional se vio impedido y aplazado por numerosos factores.

«La Covid-19 lo dificultó todo. Los estudios cerraron. Además, los patrocinadores, que inyectan dinero en las producciones cinematográficas, también suspendieron la financiación por temor a la crisis económica y no se comprometieron», dijo a Prensa Latina el documentalista Pedro Simonard, autor del libro La generación del Cinema Novo: para una antropología del cine.

Por su parte, para el experimentado productor Neto, «los más afectados terminaron siendo los profesionales del cine que siguen sin trabajo durante meses y en su mayoría no tienen contratos fijos ni garantías y beneficios, lo cual provocó un éxodo hacia otras áreas».

Explicó que los espectáculos y festivales tuvieron lugar casi todos online y contaron con muchos internautas. Aunque sin el calor de celebridades y directores, fueron bien ejecutados y tuvieron buena respuesta de la crítica y excelentes resultados para los productores.

«Todas las obras siguen online y las nuevas películas que prefirieron no estrenarse en los canales de streaming solo debutan en estos festivales, esperando el futuro para lanzar sus productos al público en general», subrayó el productor ejecutivo del telefilme Y más allá de todo me dejó mudo el violín.

Insistió en que por la tecnología y la manera de verse la vida ocurren cambios en la forma y el contenido de los proyectos contemporáneos de cine, asimismo la distribución y el servicio público explorarán modos diferentes.

«No hay como competir con la penetración de los servicios de streaming y esto será una condición primordial para todos, incluso para quienes buscan oportunidades de contratos a fin de cumplir proyectos con estos canales», reflexionó.

Sin embargo, subrayó a Prensa Latina, «todavía hay un fuerte apoyo a la presencia de público en las salas y los patrocinadores desean la permanencia de los cines en los principales centros como Sao Paulo, Recife, Porto Alegre y Río».

arb/ocs

*Corresponsal de Prensa Latina en Brasil

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