En igual fecha, pero de 1975, el Partido Falangista Libanés cometió una masacre contra los palestinos en Ein Rummaneh para desencadenar el conflicto interno que por más de una década dividió a la nación entre el bloque de la derecha aislacionista y las fuerzas patrióticas.
La acción criminal contra el ómnibus de palestinos terminó con la vida de 27 personas. Antes, el ejército libanés mató al diputado Maaruf Saad cuando dirigía una manifestación de los pescadores en Saida contra las medidas monopolistas de la compañía Proteen.
En su libro “La Crisis Libanesa. Raíces, dimensiones y perspectivas”, el luchador progresista Ismail Ibrahim puntualizó que la alta burguesía cristiana del país persiguió con el desenlace de la guerra estar al servicio de Estados Unidos e Israel en la región y defender sus privilegios clasistas, sea a través del fascismo confesionalista o la ruptura del país.
Para el politólogo libanés, la ultraderecha de la nación pretendió aprovecharse de la correlación de fuerzas en detrimento del movimiento de liberación nacional árabe, producto de la guerra de 1967 y la muerte del expresidente egipcio Gamal Abdel Nasser (1918-1970).
Al mismo tiempo, el exmiembro de la dirección del Partido Comunista Libanés subrayó que la burguesía más privilegiada fue incapaz de buscar una solución multifacética a su régimen confesional y tomó las armas contra los palestinos y las fuerzas patrióticas, sacrificando la democracia y la fórmula del pacto independentista de 1943.
En el texto, Ibrahim puntualizó que las divergencias entre los libaneses no constituyeron causa del enfrentamiento civil, sino el pretexto esgrimido por los intereses burgueses; en medio de un bando cristiano temeroso por sus libertades, riquezas y privilegios frente a la supremacía numérica musulmana.
Durante estos años de terror, los campos de refugiados palestinos de Cuarentena (al este de Beirut), en 1976, y Sabra y Chatila (al sur de Beirut), en 1982, constituyeron escenarios de sangrientas ilustraciones en la historia nacional, bajo responsabilidad de las milicias cristianas de las Fuerzas Libanesas y su servilismo a la entidad israelí.
Igualmente, la masacre de Ehden, el 13 de junio de 1978 reflejó otra de las peores escenas del conflicto civil con el asesinato del diputado y líder del Movimiento Marada, Tony Suleiman Franjieh, su esposa y su hijo, y un gran número de sus partidarios.
En 1989 tras la rivalidad interna y el enfrentamiento a la invasión israelí, el Acuerdo de Taif puso fin a la guerra al establecer una fórmula de reparto del poder basada en cuotas que dividen las posiciones principales entre los tres componentes de la vida política del país, cristianos, sunitas y chiitas.
Algunos analistas consideraron escamoteados en ese pacto los intereses del movimiento de izquierda que, junto a una heterogénea masa confesional, luchó contra la ultraconservadora derecha cristiana, aliada a Tel Aviv.
En la actualidad, cuando el régimen confesional sectario amenaza la estabilidad del país, los libaneses ahondan en el pasado y abogan por la unidad y el diálogo para elegir al nuevo presidente de la República y alejar el fantasma de la guerra.
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