A las personas de este continente se les conoce por su alegría, a pesar de enfrentar penurias; y ellos celebran del nacimiento a la muerte, y esta última, aún se experimenta luctuosa y generalmente envuelta en el sacrosanto color negro.
El hecho de celebrar la vida del difunto permite que, durante los servicios memoriales en su honor, se evoque su tránsito por la Tierra, incluidos momentos de extraordinaria hilaridad ante recuerdos evocados con ese carácter, lo cual aporta una notable dosis de colorido al momento.
La cuestión de la muerte es muy abarcadora y disímil como el continente mismo: del cristianismo al islam, pasando por el hinduismo, el judaísmo o las religiones africanas; estos rituales sufrieron notables variaciones con el tiempo e incorporaron en forma paulatina algunas prácticas ‘más occidentales’, pero preservando otras de sagrada continuidad.
En África, la muerte tiene interpretaciones religiosas y culturales porque para sus habitantes, el curso de la vida es cíclico y no lineal, con la posibilidad de la reencarnación, aunque la modernidad contribuyó a cambiar el sentido de la muerte en ciertos grupos sociales, hacia una fase más clínica que espiritual.
La resignación de los africanos ante la muerte es distintiva y se aparta de la visión existente en otras culturas fuera de esas tierras, lo cual no proscribe el sentimiento y dolor reales ante la partida de un ser querido, pero ubica a esa persona en otra dimensión enmarcada en su cosmovisión.
Debido a la alta mortalidad -en un masivo territorio como Africa, asediado por diferentes enfermedades endémicas y otros fenómenos-, los funerales constituyen uno de los tres principales eventos a los que se acude con más frecuencia.
El número de asistentes a las exequias difiere mucho, pues además de la familia, amigos y otros allegados, pueden contarse también a los ‘voluntarios’ que se incorporan al homenaje, sin saber siquiera quién era el fallecido.
Este último caso representa para algunos una manera de rendir tributo al ‘finado desconocido’, pero en otros, es incluso una forma de llevarse un bocado gratis a la boca.
Rituales y cambios por la pandemia
En el contexto de la actual pandemia de la Covid-19 se registraron cambios circunstanciales sobre todo en algunas ceremonias y en el número de asistentes a los velorios.
Para muchas familias, la muerte de un familiar cercano o lejano es motivo de solicitud obligatoria de vacaciones y licencias para los que trabajan y de desplazamiento para aquellos que se encuentran fuera de la provincia, e incluso del país, práctica a la cual también se han sumado las amistades cercanas.
Los atuendos para los frecuentes funerales es variada, e incluye a aquellos que se viste modestamente, o simplemente cubre sus ropas con pañuelos, bléiser negros o blancos según sea el caso.
Por otro lado, la solvencia económica de las personas –sobre todo de las mujeres–, casi obliga a tener un nutrido ajuar funerario para no repetir prendas, al coincidir con las mismas personas en varios velatorios. Los familiares inmediatos también pueden ataviarse con ropas uniformes hechas para la ocasión, o pueden portar adornos identificativos en la ropa.
La manera de desarrollar los funerales cambia según la zona del continente, el origen, la ascendencia, la etnia, la raza, entre otros elementos asociados al difunto. Su extensión va desde pocas horas, que para algunos permite al occiso encontrarse más rápido con sus ancestros, hasta varios días e incluso, meses.
Para muchos, al muerto se le debe ofrecer lo mejor, incluido, lo que no tuvo en vida: la mejor ropa, el mejor féretro y la más pomposa despedida. En lugares como en Ghana confeccionan ataúdes de acuerdo con la profesión, las preferencias u otros factores asociados al desaparecido. Así, se elaboran simulaciones de aviones, autos, barcos y otros artefactos que constituyen verdaderas obras de arte.
Las flores también adornan esos momentos luctuosos y abarcan desde las naturales con elaborados arreglos, hasta las más simples, silvestres, o las artificiales. Los arreglos florales también pueden ser incorporados a la decoración exterior de la carroza fúnebre, en dependencia del país.
El luto puede durar días, semanas, meses e incluso, años. Hay lugares donde quienes enviudan no se pueden casar nuevamente; otros cambian su apariencia física, existen los que no socializan durante un tiempo, entre otras prácticas. La conocida ‘familia extendida africana’ en ocasiones deriva a que los descendientes o viudas del muerto, pasen a ser legalmente hijos o esposas de algún hermano de este.
En muchos de esos eventos se canta, se baila, e incluso, surgieron los funerales danzantes por encargo, con coreografías muy vistosas. Aún existen las plañideras en determinadas naciones, las cuales aportan con sus lamentos una visión más dramática del momento. De estas últimas, las hay voluntarias o rentadas.
Existen rituales que implican lavar el cuerpo del muerto y esa tradición entra a veces en conflicto con medidas sanitarias elementales de la vida moderna para evitar la propagación de enfermedades.
Durante la crisis del Ébola en África Occidental, entre 2014 y 2016, ese fue un factor que contribuyó a la propagación exponencial del virus entre personas sanas y ahora también ocurrió, aunque con menor incidencia, durante la actual pandemia de la Covid-19.
Dependiendo de la zona de África, también se puede arropar al muerto con la piel de un animal, se le pueden añadir objetos personales, sagrados, u otros que incluso se considere que pueda necesitar en la ‘otra vida’.
El espíritu del muerto se envía al otro mundo, razón por la cual el enterramiento es la práctica más aceptada, pues al ponerse en contacto con su tierra ancestral, el espíritu del fallecido sale de su cuerpo para habitar en el espíritu del mundo, pudiendo reencarnar en otra persona. Generalmente las cremaciones que tienen lugar en África son de personas de origen asiático.
La tradición dicta en partes del continente que la casa se prepara para honrar al finado y de ella sale para la iglesia, mezquita, sitio del servicio memorial, o directo al cementerio.
En tiempos modernos, las funerarias se contratan generalmente para conservar el cadáver si la tradición lo permite; en ella se prepara el cuerpo, pero a muchos no se les realiza autopsia.
Como parte de las exequias, hay sitios donde todas las fotos del difunto y los espejos se cubren o se viran contra la pared, mientras que en otros, al finado no se le saca por la puerta principal de la casa y una vez fuera, la procesión al cementerio se realiza en zigzag para que éste se confunda y no sepa regresar a su morada.
Los entierros pueden ocurrir en Africa desde tempranas horas del amanecer hasta el crepúsculo. Asimismo, hay numerosos ejemplos donde las honras tienen lugar días específicos de la semana, lo cual genera en ocasiones cierta congestión en los cementerios.
Como parte de las ceremonias más usuales en el campo santo, los asistentes lanzan puñados de tierra sobre el féretro o cuerpo del desaparecido antes de ser enterrado definitivamente. Las lápidas de las tumbas pueden ser muy sencillas como las de los musulmanes, o más elaboradas, con adornos, bustos y ángeles, en otras religiones.
Hay quienes creen en los espíritus, los exorcismos y otras supersticiones, y por tanto, se queman todos los objetos pertenecientes al difunto para que su alma descanse en paz. No hacerlo adecuadamente, puede ser considerado como irrespetuoso, deshonroso y fuente de desgracias posteriores.
Hay que disponer de suficiente comida y bebida para los que concurran al velatorio, lo cual se consigue con recursos de familiares, amigos y hasta ‘pasando el cepillo’ entre los asistentes.
Los negocios funerarios han adquirido mucha prominencia, situándose entre los servicios más florecientes en África.
También los bancos supieron sacar ventaja de estos difíciles períodos familiares, las cuales van desde los depósitos a futuro para el funeral propio, hasta los créditos y préstamos que conceden para tales circunstancias, los cuales suelen dejar endeudados a los dolientes por años, o para toda la vida.
Por diversas razones, quien fallece en África es y será recordado por varias generaciones de sus descendientes.
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*El autor es el embajador de Cuba ante la Unión Africana