Alberto Prebisch fue el encargado de dar vida a esta belleza arquitectónica, erigida en lo que fuera una iglesia dedicada a San Nicolás de Bari, que se demolió para la construcción de la avenida 9 de Julio, la más ancha del mundo.
Desde entonces, este monumento ha marcado la vida de una de las urbes más idílicas de América Latina. En el Obelisco siempre hay gente, de día y de noche. Nunca está solo; palpita bajo la mirada atenta de cientos de transeúntes.
Para su 85 cumpleaños, el Gobierno capitalino, a través del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana, realizó una verdadera renovación en busca de darle mayor esplendor. Se restauraron las rejas circundantes con un tratamiento especial en aras de recuperar su material original, la limpieza de la estructura se hizo con hidrolavado y fue retirada la vegetación dañada.
Aunque al principio tuvo muchos detractores que incluso lucharon por demolerlo, lo cierto es que hoy es el símbolo más visible de Buenos Aires y atesora miles de historias de lucha, amores y desamores.
La obra, de 170 toneladas y 67,5 metros de altura, fue construida el 23 de mayo de 1936 en ocasión del aniversario 400 de la fundación de la capital argentina.
En la torre de la antigua iglesia fue izada oficialmente por primera vez en esta urbe, en 1812, la bandera nacional. Así lo recuerda una de las inscripciones del lado norte del Obelisco.
Inspiración de poetas y músicos, la creación de Prebisch es en la actualidad, gracias a la tecnología, resaltada en diferentes conmemoraciones con luces de colores alegóricos, como en la edición de los Juegos Olímpicos Juveniles de 2018, y constituye el mirador más alto de la ciudad.
Y es que en su cúspide reposan cuatro ventanas pequeñas, a las que se llega por una escalera marinera de 206 escalones con siete descansos, pero este acceso solo se abre en ocasiones especiales. Como colofón, su punta culmina en un pararrayos que no logra divisarse a simple vista.
(Tomado de Orbe)