Por Roberto Molina*
Es mi criterio que quienes han dedicado toda su vida laboral a una institución -en la vorágine de acontecimientos que han marcado con sangre y fuego la historia de la Revolución cubana desde su triunfo el 1 de enero de 1959- tienen pleno derecho a hacer suya esa expresión del por y para siempre Historiador de la Ciudad de La Habana.
Ahora, cumplidos el 5 de junio mis primeros 55 años de haber ingresado en la agencia y a pocos días de la efeméride de PL, pasa por mi mente un torrente de acontecimientos que dejó en mí una marca indeleble, con luces y sombras como en cada acción humana.
Cuando en el fragor de la llamada Ofensiva revolucionaria llegué junto a mis compañeros del curso de Periodismo en la Escuela Superior del Partido Ñico López a la oficina de Armando Hart, lo menos que podía pasar por mi mente era oírle pronunciar mi nombre y añadir: para incorporarse a Prensa Latina.
La alegría fue inmensa, porque una de las pasantías que como práctica realizamos en diversos medios fue en la llamada entonces Redacción Cuba, que dirigía con hábiles manos el periodistazo cienfueguero Juan Sánchez, quien ingresó allí en 1960. De esa manera, me sentí en mejor posición que mis colegas de curso dada esa experiencia.
¡Craso error! La academia me había proporcionado las herramientas, pero comenzaba el largo camino para alcanzar las habilidades, que solo podrían proporcionarlas el roce diario con aquellas lumbreras que hicieron de Prensa Latina una escuela del más alto nivel.
Por eso me pareció oportuno que, dado el tiempo transcurrido desde aquellos años fundacionales y los estragos que puede causar el olvido, mis remembranzas en ocasión de este aniversario fueran para quienes con su labor creadora y sagaz para saltar por encima de obstáculos, agresiones y persecuciones hicieron posible que hayamos llegado hasta aquí y podamos seguir adelante.
Recuerdo muy bien a Telmo López, de una habilidad increíble, capaz de tomar textualmente discursos de Fidel en una vieja máquina de escribir a la que le acoplaba un rollo de papel de teletipo, y veloz también para revisar un despacho y decirte: esto no es para Prensa Latina, redáctalo otra vez… ¡y sanseacabó!
También Edel Suarez, pleno en iniciativas de temas y coberturas, y paciencia para editar y aconsejar; la maestría y amplitud de conocimientos de Manuel Fernández Colino que hicieron famosa nuestra publicación cimera Panorama Económico Latinoamericano; el ojo avizor para congeniar textos y fotos de José García, y la mente ágil e inquieta de Félix Olivera, tanto para reportear como para relatar hechos verídicos e impactantes.
La docencia de Leoncio Fernández y Rafael Borges; la habilidad para la síntesis cablegráfica y nitidez de las ideas de Jesús Martí; la afabilidad paternal de Carlos Mora Herman, sin que le faltara carácter para la más dura crítica, y sus dotes de agudo comentarista internacional en la TV.
El diligente René Codina, artífice de uno de los mejores -sino el mejor- centro de documentación de un medio de prensa en Cuba.
Los ases del lente Venancio Díaz, los hermanos Miguel y Joaquín “Quino” Viñas, Rogelio Moré, Pablo Pildaín…
¿Y qué decir de la pléyade de profesionales latinoamericanos muy calificados y comprometidos con la ética asumida como brújula para la agencia de nuevo tipo por nuestro fundador y primer director general Jorge Ricardo Masetti?
Hay nombres bien conocidos y que siempre se mencionan al hablar de PL y su nacimiento e historia, como Rodolfo Walsh, Gabriel García Márquez, José María Gutiérrez…, pero quiero extraer algunos otros del baúl de los recuerdos.
Destaco en primer lugar al chileno Sergio Pineda Muñoz, quien brilló como ningún otro corresponsal extranjero en la cobertura bajo las balas de los sangrientos acontecimientos en la Plaza de Tlatelolco, en octubre de 1968, y fue clave en el esclarecimiento de los fundamentos del golpe de Estado en ese año del general Juan Velazco Alvarado en Perú, y también del cambio de gobierno en Argelia en 1965.
Cabe mencionar el liderazgo de Jorge Timossi en Chile, al frente del equipo multinacional de PL, durante el golpe de Estado de Pinochet en 1973, que reeditó tres años después durante la revolución iraní para derrocar al shah con la victoria de 1979.
La lista podría resultar demasiado extensa, pero extenso es también el tiempo transcurrido, con el consiguiente parto de hechos trascendentales sobre los que Prensa Latina ofreció la cara de la información que otros medios silenciaban o tergiversaban.
Para muestra un botón, porque me tocó vivirlo: la cobertura de las Olimpiadas de Moscú en 1980, conducida por el diligente Elmer Rodríguez, rompió todas las marcas de publicación en el subcontinente americano y otros puntos del orbe, pese a bloqueos y sanciones.
Y esa trayectoria, pese a deficiencias e insuficiencias, seguirá marcando el rumbo para los actuales nuevos valores del oficio a cargo del presente y el futuro de la agencia que, con carencias y dificultades miles, consiguió asumir el reto impuesto por las nuevas tecnologías y continúa ocupando su lugar en el mundo informativo, no obstante a los agoreros imperiales que le dieron un mes de existencia.
Nada ha sido fácil para PL en estos 64 años, pero el empeño y la capacidad de su gente -periodistas, camarógrafos, fotógrafos, técnicos, personal auxiliar- lograron mantener la vitalidad y elevar su presencia en Latinoamérica y el Caribe, así como en otras latitudes del planeta.
Los de hoy, como los de ayer, serán por siempre Hijos de su tiempo.
arb/Rmh
*Editor de Prensa Latina