Por Julio Morejón Tartabull
De la redacción de África y Medio Oriente de Prensa Latina
Mañana, martes, se evaluarán logros y deficiencias en el contexto del Día Mundial del Refugiado, antes del año 2000 denominado Día de los Refugiados de África.
Toda descripción del calvario por el que transita la vida de esos millones de individuos convertidos en parias por obra y desgracia de las circunstancias, constituye una muestra incompleta de la verdad.
Se calcula que unas 30 millones de personas refugiadas, desplazadas internas y solicitantes de asilo viven en África, casi un tercio de la población con tales características en todo el mundo.
Para la Organización de Naciones Unidas existen diferencias al clasificar quienes están en una de esas tres categorías y lo cual se vincula con el carácter de las acciones humanitarias previstas y con decisiones presupuestarias para auxiliarlos.
La región es la que acoge a más refugiados, unos ocho millones, según datos de ONU en 2022, es decir, sin incluir a los incorporados tras el corriente conflicto sudanés desatado en abril pasado.
El refugiado es una persona que permanece fuera de su país por temor a la persecución, conflicto, violencia generalizada u otros eventos que perturben con gravedad el orden público y requiere protección internacional, describe la Organización.
Aunque respaldados por convenciones, acuerdos y tratados refrendados en los más elevados niveles, la realidad supera toda construcción documental por muy loable de su objetivo y justificado su contenido.
La persistente guerra somalí, la contienda en el Tigray etíope, las incursiones de grupos armados radicales en la región del Sahel y la más reciente amenaza letal, la guerra en Sudán, incentivan la escalada de refugiados en África.
NUDOS EN LA MADEJA
Hasta hace recién los comportamientos de los flujos de desplazados y refugiados destacaban a Sudán como el país africano con mayores cifras de acogida, le asistía una razón, la guerra (2013-2018) en su vecino Sudán del Sur.
Se observaba un trámite entre dos Estados –más que conocidos históricamente- engarzados y con sicología y rutina de vida afines al menos hasta 2011, cuando la región austral emergió como el más joven sujeto internacional del orbe.
Sudán llegó a dar abrigo a 792 mil sursudaneses, cuya mitad huyó de la contienda bélica en su zona de residencia, pero actualmente esa dinámica cambió con la guerra entre dos integrantes del aparato castrense: el Ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF).
Hoy países vecinos como Chad y República Centroafricana –sobre todo el segundo- reciben millares de desplazados de la lucha por el poder que desde abril personifican los generales Abdel Fatah al Burhan y Mohamed Handan Dagalo.
Si bien muchos ciudadanos pasaron a ser rehenes y ansias de comandar la autoridad, las consecuencias de la disputa no se difuminan, sino por el contrario se concretan con el sufrimiento de millares.
Los combates causaron 3,7 millones desplazados internos, hoy muchos sobreviven en campos en Darfur (oeste) y una gran crisis humanitaria por la que más de 800 mil personas marcharon a países como Chad, Egipto, Etiopía y Sudán del Sur.
Sin embargo, ¿cuán lejos está el fin de la contienda y la amenaza a extenderse a otros países? una interrogante difícil de responder y -como muchas veces ocurre con la guerra- hay más especulaciones al respecto que apreciaciones certeras.
Por ejemplo, en más de una decena de ocasiones los contrincantes aceptaron negociar treguas que una y otra vez se rompieron por la embestida de alguno de ellos y así decirle adiós a supuestos corredores de socorro.
En Jeda, Arabia Saudita, se desarrollaron “prometedoras” conversaciones facilitadas por las autoridades del reino, según certificaron medios de prensa, pero de ese manantial no fluyó agua, más bien todo se convirtió en arena.
Periódicos occidentales se refieren a la tercera guerra civil sudanesa, pero estudiosos lo hacen como un conflicto de baja intensidad en que se disputan porciones de poder, mientras se esquiva el proceso de transición política actuante desde 2019.
El rotativo estadounidense Los Ángeles Times dejó entrever los destinos que seguirán los rivales una vez concluida la contienda: uno probablemente será el próximo presidente de Sudán, y el derrotado enfrentará el exilio, el arresto o la muerte.
“También es posible que haya una prolongada guerra civil o que el país sufra una partición en feudos rivales”, lo que ya ocurrió con los casos del somalí Mohamed Siad Barre en 1991 y el congoleño Mobutu Sese Seko en 1997, pero el fraccionamiento entraña mayor peligro por vislumbrar la posterior sucesión de otras disputas.
ESLABONES FRÁGILES
Entendiendo correctamente la idea de que cada cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, se interpreta que en el caso de la guerra sudanesa hay anillas quebradizas que no resisten la tensión, entre ellas los refugiados.
Sudán tiene una larga historia de acogida de refugiados, con más de un millón de ellos, la segunda población de ese tipo más alta de África, en su mayoría procedentes de Sudán del Sur, Eritrea, Siria y Etiopía, República Centroafricana, Chad y Yemen.
El cambio de coyuntura con el actual conflicto causó la estampida de más de 800 mil nacionales a través de las fronteras, lo cual engendró un potencial riesgo de tornarse migración caótica y con ello extender las secuelas de la guerra.
Un pronóstico del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados indica la posibilidad de que –de junio a noviembre- el número de sudaneses en tal condición podría ascender a más de un millón.
Si la situación humanitaria en ese escenario amenaza con el descontrol, un crecimiento desmesurado como el previsto sería la mayor tragedia de África oriental causada por el hombre, evalúan organizaciones no gubernamentales.
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