Por Nayara Tardo Azahares
Popularmente conocido como Baños, el exótico sitio, ubicado en la provincia de Tungurahua, en el centro del país andino, es famoso por sus aguas termales, consideradas curativas y rejuvenecedoras.
Sumergirse en ellas mientras se contempla la majestuosidad de los Andes es una experiencia única que atrae a personas de todo el mundo. Sin embargo, no se limita solo a sus aguas termales, porque ese pequeño paraíso ecuatoriano también es famoso por su impresionante paisaje montañoso y su abundante biodiversidad.
Los amantes de la naturaleza pueden deleitarse con la observación de aves, realizar caminatas por senderos escénicos o aventurarse en emocionantes excursiones en bicicleta.
Uno de los puntos destacados de la región es el volcán Tungurahua, uno de los más activos de Ecuador y cuyas fumarolas y paisajes volcánicos cautivan a los visitantes.
También es un lugar de peregrinación para ecuatorianos y devotos, en tanto que el Santuario de la Virgen del Agua Santa, ubicado en el centro de la urbe, atrae miles de fieles cada año.
Según la tradición local, la Virgen del Agua Santa ha realizado numerosos milagros, y su imagen es venerada y reconocida como la patrona de la ciudad.
La riqueza cultural del lugar se refleja también en su deliciosa gastronomía que va desde platos típicos ecuatorianos como el cuy asado (conejillo de India), la fritada, el locro de papas y la tradicional chirimoya con leche, un postre dulce y refrescante que deleita hasta los paladares más exigentes.
En mayo pasado, la revista especializada en turismo de lujo y estilo de vida Condé Nast Traveler ubicó al cantón entre los 50 pueblos pequeños más bonitos del mundo.
De acuerdo con datos del Departamento de Turismo Municipal de Baños, el 80 por ciento de los casi 20 mil habitantes allí dejó las actividades agrícolas para emprender en actividades turísticas.
EL VIGÍA DEL TUNGURAHUA, LA CASA DEL ÁRBOL Y EL COLUMPIO DEL FIN DEL MUNDO
Cuentan que fue a raíz de la erupción del volcán Tungurahua, en 1999, cuando empezó a aumentar el interés por ese cantón, que convirtió un momento de angustia en el mejor aliado para progresar.
Fue justo ahí cuando el exmilitar ecuatoriano Carlos Sánchez se arrodilló ante la Virgen de Agua Santa y prometió que, mientras el coloso siguiera en activo, lo vigilaría para proteger a sus vecinos.
Entonces, sobre un acantilado que poseía su familia con vistas privilegiadas tanto del flanco occidental del volcán, como de su querida Baños, Sánchez construyó una pequeña caseta de observación.
El 14 de julio de 2006, cuando el Tungurahua entró en su erupción más fuerte de los últimos 88 años, Carlos fue el primero en darse cuenta. Sus informes ayudaron a desalojar a cientos de familias y salvar muchas vidas.
Ante la soledad de su caseta, en 2008 decidió construir un columpio con la intención de que sus nietos fueran más de visita.
Desde ahí, en 2014, una pareja de senderistas consiguió fotografiar el volcán justo en el momento en que despedía una columna de cenizas de ocho mil metros de altura.
Aquella instantánea se llevó el primer premio en el Traveler Photo Contest de la revista National Geographic, mientras el vigilante de 81 años de edad, sin proponérselo, se convirtió en empresario turístico y hoy todos quieren llegar hasta la Casa del Árbol y el Columpio del Fin del Mundo.
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