La idea surgió en 2019, al calor de las sanciones impuestas por el entonces presidente Donald Trump contra las empresas constructoras del gasoducto ruso Nord Stream-2, para eliminar la dependencia energética del gigante euroasiático.
De acuerdo con el diario digital Euroasia Daily, Varsovia concertó con Dinamarca la construcción de un ducto de 274 kilómetros para unir los flujos de gas provenientes desde yacimientos en ese país escandinavo y en la vecina Noruega.
El plan consiste en unir en una sola línea el gas proveniente de Dinamarca y Noruega, de tal forma que el ducto pase luego a través del fondo del mar Báltico hasta las costas polacas, para finales de 2022.
Con ello, Polonia contaría con entre 10 y 20 mil millones de metros cúbicos de gas anuales que se sumarían a unos cinco mil millones de metros cúbicos que este país produce por su cuenta en el referido lapso, lo cual completaría la demanda nacional.
El Baltic Pipe seria el sustituto de un acuerdo firmado con el gigante ruso Gazprom hasta 2037, cuando la Plataforma Civil estuvo en el poder, entre 2007 y 2015, pero que debía prorrogarse en 2022. El ejecutivo actual rechaza esa opción.
Con el gobierno del presidente Andrezj Duda, y el nacionalista partido Ley y Justicia en el gobierno, se acentuó la confrontación con Rusia y la decisión de buscar independencia energética ganó fuerza.
Ello incluye la construcción de una nueva planta de descompresión de gas en Everdrup, sobre todo de esquisto estadounidense, en lo cual ya trabaja la estación de Svinowtska.
Sin embargo, analistas citados por el diario digital Regnum, consideran que, al nivel más bajo de su cotización, el gas comprimido de esquisto comprado a Estados Unidos estaría entre los 213 y 266 dólares el metro cúbico.
El gas natural enviado por el gasoducto desde Rusia a Polonia estaría entre los 125 y 145 dólares por metro cúbico, por lo que los argumentos de una mayor eficiencia económica mediante ese esquema quedan prácticamente descartados.
Sin embargo, la construcción del tramo terreste del gasoducto Baltic Pipe se pone en riesgo, tras una decisión del Consejo de Protección del Medio Ambiente y Alimentación Segura de Dinamarca de suspender los trabajos en la obra energética.
Algunos políticos en Polonia llegaron a especular que detrás de la decisión de priorizar la protección de masivos de bosques y los murciélagos que allí habitan, se esconden otros propósitos políticos de fondo e, incluso, geoestratégicos de las potencias.
Este país hizo un llamado para que los estados europeos respalden la terminación del Baltic Pipe, que, opinó, esta dirigido a proteger intereses no solo suyos y de Ucrania, sino también de toda la Europa central.
Varsovia de ninguna forma esconde sus propósitos de convertirse en un Hab para la distribución en la región de hidrocarburos, aunque existen otros esquemas paralelos que funcionan hace décadas para el suministro de gas.
Ello ocurre, cuando la administración del presidente estadounidense, Joseph Biden, pareció reconocer algo que era evidente, es decir, lo inevitable de la conclusión del Nord Stream-2, al renunciar a sanciones para impedirlo.
Junto a Lituania, Estonia y Letonia, Polonia es uno de los páises europeos que más abogó para que Estados Unidos mantuviera la presión con el fin de obstruir el acabado del gasoducto ruso.
Por el momento, la decisión del organismo danés podría retrasar por al menos ocho meses la terminación del Baltic Pipe, pues la autoridad de Medio Ambiente del estado escandinavo deberá elaborar otro informe medioambiental sobre el gasoducto.
El intento de Varsovia de lograr una mayor independencia económica se inserta ahora en el complicado esquema energético europeo, donde la ficha polaca parece estar lejos de ser la crucial en los movimientos de grandes potencias en el área.
mem/to