En modo alguno se trata de un pedazo de tierra que albergue riquezas en el subsuelo o una posición privilegiada para el comercio, el jollof es menos y es más, es la joya de la corona de la riquísima gastronomía africana.
Las hostilidades comenzaron cuando los cinco países reivindicaron la paternidad del jollof, situación inusual porque cuando de paternidad dudosa se trata, por lo general, los sospechosos de haber aportado la semilla tienden a sacudirse la autoría a despecho de lo que diga la madre.
Pero en febrero pasado tras combates aunque incruentos, feroces por la reticencia de los beligerantes a dar su brazo a torcer, la Unesco decretó el fin de las hostilidades y determinó que el suculento plato que hace las delicias en palacios y cabañas de cientos de millones de africanos y extranjeros nació en Senegal.
Acorde con la agencia de la ONU el origen fue rastreado hasta la comunidad pesquera de la isla de San Luis donde a alguien, uno de esos genios anónimos de la historia a los que tanto debe la humanidad, se le ocurrió en la primera mitad del siglo XIX guisar arroz partido con pescado y tomate.
Las fragancias de aquel embrión fueron las madres de nuevas adiciones: moluscos, cebollas, ajo, perejil, chile, berenjenas, col blanca, yuca, boniato, quimbombó y hojas de laurel, resultantes en lo que hoy en Senegal responde al nombre de Ceebu jën y en sus vecinos de África occidental al de jollof.
De semejante mixtura de ingredientes pudo emerger un bodrio monstruoso, pero no, milagros de la hibridación, como ocurre entre los humanos, resultó en una delicia para el paladar y las vías digestivas con la ventaja añadida de ser ecológico por antonomasia y, por si fuera poco, económico y alimenticio.
La interconexión entre los beligerantes fue la semilla del conflicto pues todos reclamaron la paternidad en una conflagración que duró décadas hasta que la Unesco, en aras de la calma culinaria, ejerció como árbitro y restableció la paz con la inclusión del jollof senegalés en la lista del Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Aunque el veredicto es inapelable, los vencidos muestran cierta reticencia y para contornear la decisión lo llaman de distintos nombres, como en el caso de Camerún, donde adoptaron la decisión salomónica de bautizarlo arroz frito.
Sin embargo, días atrás, como una suerte de revancha de consolación, la Asociación de chefs de África occidental convocó a un Festival Gastronómico de esa zona del continente y por supuesto los maestros cocineros insistieron en la preparación del jollof con una sentencia inesperada: los ganadores son los gambianos, que no caben en si, como era de esperar. Dispersadas las tensiones de la conflagración a los participantes solo les quedó lo mejor que puede hacerse en estas situaciones: conformarse y confiar en tiempos mejores para su reclamación.
Y para entretener la espera, hacer lo que aconsejan la prudencia, disfrutar de la creatividad de los progenitores y todos, tirios y troyanos, padres adoptivos y biológicos, disfrutarlo a voluntad sin distinción, como aconseja una mejor digestión.
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