Jerusalema, del DJ sudafricano Master KG e interpretada por Nomcebo Zikode, fue un fenómeno viral en dichas plataformas digitales, con más de 500 millones de vistas solamente en YouTube.
Su ritmo pegadizo llevó a cientos de personas a colgar videos bailando al son de sus notas, que destilan energía positiva, como una epidemia de buen humor en un periodo sombrío.
Dos años más tarde, otra pieza de afrobeat alcanzó lo más alto de las listas de éxitosmundiales, esta vez en la voz del joven rapero nigeriano Rema, quien, con su tema Calm Downy el posterior remix junto a la cantante estadounidense Selena Gómez, conquistó a millones en todo el orbe.
Calm Down, que con sus toques electrónicos actualizó los ritmos tradicionales africanos, fue número uno de ventas en varias zonas de Europa, como los Países Bajos, el Reino Unido, Suiza y Bélgica; además, llegó hasta al quinto puesto en el ranking internacional del comercio digital de Billboard.
Asimismo, el diario The New York Times la eligió como la cuarta mejor canción del pasado año.
Para muchos especialistas, la internacionalización de ambas obras se debe, en gran medida, al alcance real que tienen las plataformas digitales más allá de la industria musical, que durante décadas ha centralizado los éxitos mundiales en melodías mayormente de Estados Unidos y el Reino Unido.
Prueba fehaciente del poder de las redes es la resurrección, hace unos meses, de la canción Makeba, de la francesa Jain, grabada seis años atrás.
Inspirada en la cultura africana y en especial en la intérprete sudafricana Miriam Makeba (también llamada Mamá África), la composición, de un ritmo muy pegajoso, se hizo viral en miles de videos de Tik Tok para hacer la coreografía del famoso track.
Con la viralización del tema, se supo cómo Jain viajó a la República del Congo y conoció la historia de esa heroína, que se convirtió en la primera figura pública en África en ser exiliada por estar contra el apartheid.
“Quiero escuchar tu aliento junto a mi alma, quiero sentirte oprimir sin descanso, quiero verte cantar. Quiero verte luchar porque eres la verdadera belleza del derecho humano. Nadie puede vencer a Mamá África”, expresa la melodía de Jain.
No obstante, aun cuando dichos ritmos han logrado introducirse en lo más alto de la música internacional en los años recientes, África y su vasta cultura siguen en el último peldaño de las industrias del sector a escala global.
El continente representa solo el tres por ciento de la producción total del orbe que generan las empresas culturales y creativas, mientras Asia y el Pacífico, Europa y Norteamérica constituyen el 93 por ciento de los ingresos mundiales, según el Informe sobre el Comercio Africano 2022, del Banco Africano de Importación y Exportación.
Las razones parecen ser muchas, pero temas como la falta de financiación, de apoyo a proyectos culturales, y los estereotipos de género —que colocan la responsabilidad de la familia y los hijos sobre las mujeres— se esbozan en los principales obstáculos, aunque no son inherentes solo a África.
Sin embargo, en este continente, donde sus 54 países conforman un arte heterogéneo, todos con singularidades e historias propias, las manifestaciones artísticas sucumben también a las conflagraciones bélicas y a siglos de imposición colonial occidental.
Si bien el legado de la cultura africana en el mundo, y principalmente en América, es un componente muy importante en la formación identitaria de los pueblos que integran esa área geográfica, las maneras contemporáneas de construir la cultura en África están silenciadas por conflictos internos y falta de apoyo externo.
Artes como la danza, el teatro, el cine y la plástica no corren con la misma suerte de globalizarse en las redes, aun cuando la promoción de la cultura africana y de los afrodescendientes es crucial para el desarrollo del continente y la humanidad en su conjunto.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)