El empleo de armas de generación avanzada y la advertencia de los empoderados halcones de arrasar esa zona árabe, donde Hamás es fuerte, pudiera conducir a una contienda subregional, a la que el Gobierno derechista de Benjamín Netanyahu estaría dispuesto a acudir para obtener beneficios políticos, a la vez que complacer a sus aliados externos, principalmente a los sectores más reaccionarios en Occidente.
Articular una contienda contribuiría a concentrar la atención y el interés nacional alrededor del evento bélico y pasaría por alto importantes asuntos del debate interno que divide a esa sociedad, como es el tema de la reforma constitucional propuesta por la administración, la cual, en definitiva, tiende a reforzar la autoridad sionista en el espacio judicial.
No obstante, en este mundo globalizado, una decisión temeraria como esa tendría fatales repercusiones, porque el agresor y sus secuaces —en alguna medida— enfrentarían un desmoralizador juicio histórico por 75 años de usurpaciones territoriales, exclusión de libertades democráticas para la población árabe-palestina y violaciones constantes de sus derechos.
Los ataques contra la Franja cumplen un objetivo más amplio que erradicar las células armadas de Hamás, lo mostraron los que durante largos días se perpetraron en 2014 y 2021 contra ese escenario de 41 kilómetros de largo y 10 de ancho, habitado por cerca de 2,3 millones de personas y poseedor de una escasa infraestructura socio-económica; allí, el 63 por ciento de su población vive por debajo del umbral de pobreza, según el Banco Mundial.
En 1992, el entonces primer ministro israelí, Isaac Rabin, quien en 1993 asumiría el papel de “líder de la paz” coronado por Estados Unidos y asesinado por un judío extremista en 1995, comentó a una delegación norteamericana: “Me gustaría que Gaza se hundiese en el mar, pero eso no va a suceder, así que hay que encontrar una solución”, y esta podría ser destruirla sistemáticamente, como pretenden actualmente los bombardeos de la aviación sionista.
Por su parte, Hamás —acrónimo de Harakat al-Muqáwama al-Islamiya—, que gobierna Gaza desde 2007 tras vencer en elecciones, considera legítimo el uso de la violencia armada para lograr sus demandas sociopolíticas, pero eso es un argumento que manipula Israel para responder de forma desproporcionada a las operaciones de la resistencia, la cual asume una intensidad sorprendente tanto de acción como de reacción.
Desde 1948, Tel Aviv derrama sangre palestina inocente, como fue la masacre de Deir Yassin, un poblado que pactó la paz en medio de la primera guerra árabe-israelí y sufrió el asalto del embrión del actual Ejército —las facciones Irgun y Stern Gang , considerados grupos terroristas durante el mandato colonial británico—. Esa matanza de civiles constituyó el preámbulo de una dinámica criminal que hoy emprende contra la población de la Franja.
Israel pretende desequilibrar al Levante bombardeando la Franja de Gaza, tras anunciar que pasaría a una ofensiva total, y atacando a Siria.
(Tomado de Orbe)
