Por Moisés Saab Lorenzo
De la redacción de África y Medio Oriente de Prensa Latina
Aunque es un fenómeno de delincuencia común y por ende de trascendencia limitada, la proliferación de esos grupos que operan con eficacia militar, alta movilidad y falta de escrúpulos llamó la atención del presidente saliente, Muhamadu Buhari, quien los calificó de enemigos de la humanidad y les declaró la guerra a muerte.
Sin embargo, el mandatario abandonó el sillón ejecutivo sin anotarse éxitos sustantivos en ese conflicto, que dejó en las manos de su sucesor como la clásica papa caliente.
Y, al presente, las pandillas, que asolan zonas del norte y el centro de Nigeria, el país más poblado de África y con su producción de dos millones 200 mil barriles diarios, el primer extractor de oro negro en el continente, operan con relativa impunidad.
Mientras, la pobreza y la corrupción se enseñorean en los casi 924 mil kilómetros cuadrados en los que se extiende Nigeria, habitada por unos 223 millones de personas enfrentadas por conflictos étnicos, confesionales, e ideológicos, agudizados desde la implantación en el país del islamismo militante.
Es este el escenario que encuentra Tinubu a su llegada a la primera magistratura, tras la divulgación de los resultados de los comicios de febrero pasado con unos ocho millones de votos, por encima de su rival más cercano: Atiku Abubakar, del Partido Democrático Popular, con casi siete millones de boletas.
Esta vez los comicios en el gigante africano fueron sacudidos por uno de esos terremotos políticos que, al igual que los fenómenos telúricos, son inesperados y por lo tanto asombrosos: los seis millones 100 mil sufragios obtenidos por el candidato del Partido Laborista, Peter Obi, joven advenedizo en las lides electorales nigerianas.
Tinubu, un musulmán de 71 años de edad, es conocido en los corrillos políticos nigerianos como El Padrino por la red de contactos políticos tejida durante sus largos años de participación en la política nigeriana en particular su mandato como gobernador de Lagos, segunda ciudad en importancia y uno de los ejes económicos de su país.
Por si fuera poco, Tinubui contó con el apoyo irrestricto de su antecesor y, por ende, de la maquinaria de su Partido de Todos los Progresistas (APC, siglas en inglés) y de ahí que su victoria en modo alguno resultó sorpresiva.
Empero, ni Abubakar ni Obi encajaron la derrota electoral con paciencia bíblica y apenas apagadas las muestras de júbilo por las celebraciones de la victoria en el sede APC, ambos denunciaron fraude electoral, comenzaron una feroz campaña de descrédito contra la Comisión Electoral Independiente (INEC, siglas en inglés) y demandaron la anulación de la comicios además de movilizar a sus correligionarios para organizar protestas callejeras.
Los aspirantes fallidos se guardaron de acusar a la INEC de complicidad en el alegado fraude, como suele ocurrir en otros procesos electorales africanos cuando el ganador sucede en el poder al mandatario saliente y centraron sus afirmaciones en supuestos problemas técnicos en la transmisión de los datos para el conteo de los votos.
Asimismo lograron el apoyo del Olusegun Obasanjo, figura de gran prestigio hasta el punto que se le conoce como Baba África, presidente de Nigeria en tres ocasiones, quien echó toda su autoridad moral en la balanza para pedir al presidente Buhari la anulación de los comicios, pero sin éxito.
Ya en la segunda mitad del año que culmina el tema de las elecciones pasó a un segundo plano y el país retornó a sus angustias cotidianas, entre ellas la inflación galopante, los ataques de Boko Haram y Estado Islámico en la Provincia de África Occidental y los choques entre pastores fulani, musulmanes y granjeros cristianos y animistas, las más actuales.
Junto a ellas las tradicionales frente a las cuales el flamante mandatario tendrá que empeñar todas fuerzas mientras su partido y el resto de los políticos tradicionales observan con inquietud la llegada a la palestra de nuevas caras, entre ellas las de Obi, anunciadoras de que el tiempo pasa y, con él, el predominio de antaño.
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